lunes, 2 de marzo de 2015

La historia de Moro-Blanco (tercera parte)

Y entonces, en seguida sube al altillo y baja de allí un cabestro, unas riendas, un látigo y una silla de montar, todos polvorientos, ajados y más viejos que la tierra. Luego saca de una cueva unas ropas muy viejas, un arco, unas flechas, un alfanje y una maza, todos cubiertos de herrumbre, y se pone a lustrarlos bien y los deja de un lado. Llena después una bandeja de ascuas, la lleva a las cuadras y la deja abajo entre los caballos. Y entonces, ¡toma ya!, de entre la yeguada sale un caballo jamelgo, de cruz seca y pelo enmarañado, tan flaco que se le podían contar las costillas; y encaminándose sin vacilar hacia la bandeja, coge un bocado de ascuas. El hijo del rey le pega entonces con las riendas en la cabeza diciendo:
- ¡Jamelgo mugroso que eres! de todos los caballos, ¿justo tú tenías que comer ascuas? si otra vez te traen tus pecados por aquí, ¡mala suerte te esperará!
Luego empieza a pasear los caballos para un lado y para otro, y ¡toma! que el rocín huesudo se apresura y coge otro bocado de ascuas. El hijo del rey le pega otra vez con las riendas a más no poder, y después vuelve a pasear los caballos de un lado a otro, a ver si viene otro caballo a comer ascuas. Pero mira que la tercera vez, el mismo jamelgo se presenta y empieza a comer ascuas hasta que las acaba. Entonces el hijo del rey, enojado, le vuelve a pegar, otra vez con todas sus fuerzas, luego le pone el cabestro y, colocándole las riendas, dice entre sí: “¿Qué me lo lleve o qué mejor lo suelte? Me da que seré la burla de todos. Con un caballo como este, mejor a pie”.
Moro-Blanco y su caballo - sello de República de Moldavia

Y como estaba él pensando, que si llevárselo, que si dejarlo, el caballo se sacude tres veces y en seguida se le queda el pelo lustroso y se hace joven como un potro, que no había otro corcel más hermoso en toda la yeguada. Después, mirando en los ojos del hijo de rey, dice:
- ¡Monta en mí, amo, y agárrate bien!
El hijo del rey le pone el bocado, monta, y en seguida el caballo lo lleva volando hasta las nubes y luego vuelve a bajar como una flecha. Después otra vez lo lleva volando hasta la luna y lo baja más deprisa que el rayo. Y mira que la tercera vez lo lleva volando hasta el sol y, cuando toca tierra, le pregunta:
- Eh, amo, ¿qué te parece? ¿Has pensado alguna vez que tocarías: el sol a paso, la luna con el brazo y que buscarías en las nubes corona de querubes?
- ¿Qué me podría parecer, querido compadre? Vaya susto de muerte me diste cuando, perdiendo el tino, no sabía dónde me encontraba y casi me cuestas la vida.
- Así aturdido estuve yo, amo, cuando me pegaste con las riendas para perderme, y con esto quise pagarte los tres golpes. Como dicen: ojo por ojo. Ahora creo que me conoces de feo como de hermoso, de viejo como de joven, de flojo como de fuerte; por eso volveré otra vez como me viste en las cuadras, y de ahora en adelante estoy presto a seguirte donde fuese que me mandes, amo. Sólo dime de antes ¿cómo llevarte: cómo el viento o cómo el pensamiento?
- De llevarme como el pensamiento, tú me perderás; mas de llevarme como el viento, tú me servirás, mi caballito, dijo el hijo del rey.
- Vale, amo. Ahora monta sin cuidado y ven que te lleve donde quieras.
El hijo del rey, montando, le atusa la crin y dice:
- ¡Arre, caballito mío!
Entonces el caballo vuela suave como el viento y cuando el viento amainó, a la corte del rey llegó.
- ¡Bienvenido a mi casa, valiente! dice el rey, como sin ánimo. ¿Pero éste es el caballo que elegiste?...
- Pues, bueno, padre, lo que me tocó en la rifa; tengo que cruzar muchos lugares y no quiero descollar sobremanera. Ya iré montando a ratos, como pueda.
Moro-Blanco luchando
con el oso - cubierta de libro
Y diciendo esto, ensilla el caballo, cuelga las amas al arzón, coge viandas y dinero que no le falte, mudas en las alforjas y una bota de agua. Luego besa la mano de su padre, recibiendo de éste carta para el emperador, se despide de sus hermanos y sale el tercer día al anochecer, yendo al paso del caballo. Y camina, y camina hasta caer la noche cerrada. Cuando iba llegando al puente, mira que le sale delante el oso, gruñendo con fiereza. El caballo entonces arremete contra el oso, y el hijo del rey, levantando la maza para golpear, escucha una voz que le dice:
- Querido hijo, no me castigues, que soy yo.
Entonces el hijo del rey desmonta, y su padre, cogiéndolo en sus brazos, lo besa y le dice:
- Hijo mío, buen compañero has elegido; si alguien te enseñó, mucho bien te hizo, y si te lo pensaste tú, buena cabeza tuviste. A partir de ahora sigue adelante, que tú vales para emperador. Sólo recuerda el consejo que te doy: en tu camino te servirán tanto los malos, como los buenos, pero huye del hombre rojo, mas sobre todo del barbilampiño, todo lo que puedas; no te mezcles con ellos, que son muy escurridizos. Y en todo caso, el caballo, tu compadre, te aconsejará que hacer, ¡qué de muchos peligros me ha sacado a mí también en mi juventud! Toma ahora esta piel de oso, que te vendrá bien algún día.
Después, acariciando al caballo, los abraza más veces a los dos y les dice:
- Id en paz, queridos míos. ¡De ahora en adelante, Dios sabe cuándo volveremos a vernos!...
Entonces el hijo del rey monta, y el caballo, sacudiéndose, se muestra otra vez joven, como le gustaba al rey, luego da un salto para atrás y otro adelante y se marchan a sus suertes, que Dios nos haga fuertes, que la historia se enreda, y de ella mucho queda. 

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