martes, 10 de marzo de 2015

La historia de Moro-Blanco (octava parte)

Moro-Blanco y sus compañeros
Camina él otro rato cuando, en la linde de un bosque, ve de repente una alimaña de hombre que se achicharraba al lado de un fuego de veinticuatro cargas de leña al tiempo que gritaba, a más no poder, que se moría de frío. Y es más, ese hombre era algo espantoso; tenía unas orejas salidas y unos labios gruesos y morrudos. Y cuando soplaba por ellos, el de arriba se le doblaba por encima de la coronilla, mientras el de abajo le colgaba hasta taparle la barriga. Y en cualquier cosa donde llegaba su aliento, se ponía la escarcha de un palmo o más. No había forma de acercarte a él, así temblaba de fuerte, que parecía que el diablo mismo lo zarandeaba. Y si por lo menos temblase él solo, ¿qué más daría? Pero toda alma y toda criatura a la redonda le hacía compañía: el viento gemía como loco, los arboles del bosque sollozaban, las piedras chillaban, las chascas silbaban y los leños del fuego mismos crujían del frío gélido. Cuanto a las ardillas, acurrucadas una encima de otra en los huecos de los arboles, soplaban en puños y lloraban, maldiciendo la hora que las vio nacer. ¿Qué quieres?: un frío que pelaba, y no hay más. A Moro-Blanco, en el rato que se quedó mirando, le salieron carámbanos de la boca y, sin poder contener la risa, dijo con asombro:
- ¡Muchas cosas ve uno en su vida! ¡Eh, diablo!, no te hagas el tonto y dime la verdad, ¿no serás tú Friolón? ¿No dices nada?... Tú tienes que ser, porque el fuego mismo se hiela a tu lado, así estás de calentito.
- Ríete, tú, ríe, Moro-Blanco, dijo entonces Friolón tiritando, pero allá donde vayas, nada lograrás sin mí.
- Vente conmigo, si quieres, dijo Moro-Blanco, así entrarás en calor andando, que no es bueno quedarse parado.
Friolón se une entonces a Moro-Blanco y salen juntos. Y caminando ellos un rato, Moro-Blanco ve otra locura aun más grande: un gigantón comía los surcos detrás de 24 arados y al mismo tiempo gritaba a todo pulmón que se moría de hambre.
- Eh, ¿qué luego no te entre la risa? dijo Moro-Blanco. ¡Vaya, vaya! ¡muchas cosas llega a ver uno! Éste parece Hambrón, el hambre, saco sin fondo o Dios sabe que otro acopio puede ser, que ni la tierra lo llena.
- Ríete, tú, ríe, Moro-Blanco, dijo Hambrón, pero allá donde vayáis vosotros, sin mí ningún logro tendréis.
- Si es así, vente con nosotros, dijo Moro-Blanco, ya que no he de llevarte a cuestas.
Hambrón se une entonces a Moro-Blanco y salen los tres juntos. Y caminando ellos otro estadal, de pronto ve Moro-Blanco otra maravilla aun más grande: un esmirriado se había bebido el agua de 24 estanques y un río que movía 500 molinos, nada más, y al mismo tiempo gritaba que se moría de sed.
- Por Dios, ¿qué espanto de hombre es éste ahora? dijo Moro-Blanco. Tremenda panza e insaciable garganta, si no le pueden apagar la sed ni los hontanares de la tierra; ¡vaya pantano que tiene que haber en sus entrañas! Se ve que éste es la ruina de las aguas, el famoso Resecuzo, hijo de la Sequía, nacido bajo el signo del pato y con el don de chupar.
- Ríete, tú, ríe, Moro-Blanco, dijo entonces Resecuzo mientras el agua le brotaba de la nariz y de las orejas, como si fuesen los saetines de un molino, pero allá donde vayáis, sin mí para nada vais.
- Ven con nosotros, si quieres, dijo Moro-Blanco; así dejarás de chapotear en estas aguas, te librarás de la maldición de las ranas y darás tregua a los molinos para que puedan trabajar, que bastante hiciste de las tuyas hasta ahora. ¡Dios mío, vas a criar ranas en las tripas de tanta agua!
Resecuzo se une entonces a Moro-Blanco y salen los cuatro juntos. Caminando ellos un rato, de pronto ve Moro-Blanco otra maravilla aun más maravillosa: un contrahecho con un solo ojo en la frente, tan grande como un plato y cuando lo abría no veía nada;  tropezaba ciego con todo lo que encontraba. Mas cuando lo tenía cerrado, tanto de día, como de noche, decía ver hasta las entrañas de la tierra.
- Mira, empezó él a vocear como un lunático, los entes me aparecen acribillados y transparentes como el agua clara; encima de mi cabeza veo cantidad de cosas vistas y no vistas; veo crecer la hierba de la tierra; veo el sol rodar detrás de las colinas, la luna y las estrellas hundidas en el mar; los arboles punta abajo, las reses patas arriba y los hombres andando con la cabeza entre los hombros; y luego veo algo que no le desearía a nadie por no dañarle a la vista: veo unas bocas abiertas atisbándome y no me aclaro por qué estáis tan asombrados, que ¡más asombrosa es vuestra… hermosura!
Moro-Blanco se sobrecoge y dice:
- ¡Dios nos guarde del hombre loco, qué mucha pena da, el pobre! Por un lado se te da por reír, por el otro te da lástima. Pero se ve que Dios así lo hizo. Éste podría ser Ojón, hermano de Ciegote, primo del tío Ojerudo, sobrino de Acechona, del pueblo de Mirona, vecino de Alcanzar. O será de la ciudad de Buscar, cerca de la de Rastrear y nunca jamás hallar. En fin, sólo hay un Ojón en este mundo, que lo ve todo y a todos de otra forma que los demás hombres; aunque su propia hermosura no se la ve. ¡Parece un terrón, barro mogollón, en la frente un ojo, contra el antojo!
- Ríete, tú, ríe, Moro-Blanco, dijo entonces Ojón mirándolo de reojo, pero allá donde vayas, sin mí mal vas a acabar. La hija del emperador Rojo no se consigue así de fácil como piensas. Te la dará su padre cuando San Juan baje el dedo, si no estoy yo allí.
- Ven con nosotros, si quieres, dijo Moro-Blanco, ya que no te hará falta ningún lazarillo.
Ojón se une entonces a Moro-Blanco y salen los cinco juntos. Caminando un rato, ve Moro-Blanco otro engendro aun más feo: un endriago de hombre iba cazando pájaros con el arco. ¿Y creéis que la maestría y el poder de ese hombre sólo estaban en su arco? ¡Ni hablar! Tenía otra maña aun más estremecedora y un poder más grande que el del diablo: cuando quería se ensanchaba hasta rodear la tierra con los brazos. Y otras veces se afinaba y se alargaba hasta tocar la luna, las estrellas o el sol con la mano y más aún. Y cuando acaecía que no atinaba los pájaros con la flecha, tampoco se le escapaban; los cogía a mano en vuelo, les torcía el cuello con rabia y luego se los zampaba así crudos, sin desplumar. En ese momento mismo tenía delante un montón de pájaros y los devoraba como un buitre hambriento. Moro-Blanco, asombrado, dijo:
- ¡Caray! Y éste, ¿cómo se llamará?
- ¡Dímelo que te lo diga!, le contestó entonces Ojón sonriendo burlón.
- ¿Quién sabrá nombrar a éste? Si le llamas Pajarraco… no te equivocas; si le llamas Anchote… menos aún; si le llamas Larguirucho… tampoco; llamarle Pajar-Ancho-Largo me parece el nombre cabal por sus hábitos y mañas, dijo Moro-Blanco, sintiendo pena por los pobres pájaros. Se ve que éste es el famoso Pajar-Ancho-Largo, hijo del sagitario y nieto del arquero; el ceñidor de la tierra y la escalera del cielo; la peste de las aves y el espanto de la gente, que no le puedo decir de otra forma.
- Ríete tú de mí, ríe, Moro-Blanco, dijo entonces Pajar-Ancho-Largo, pero mejor ríete de ti mismo, que no sabes qué te espera. ¿Piensas que la hija del emperador Rojo se consigue besando el santo? Quizá no sepas que arpía es ésa, cuando ella quiere se transforma en pájaro encantado, te enseña la cola y ¡síguela si puedes! Si no tienes a uno como yo, hacéis el camino en balde.
- Vente con nosotros, si quieres, dijo entonces Moro-Blanco; así podrás llevar a Friolón por debajo del sol, a ver si se calienta un poquito y deja de castañetear los dientes como una garza vieja, que me entra frío cuando lo veo así.
Pajar-Largo-Ancho se une entonces a Moro-Blanco y salen los seis juntos. Y por donde pasaban, arrasaban: Friolón talaba y quemaba los bosques. Hambrón comía barro y tierra mezclada con arcilla mientras gritaba que se moría de hambre. Resecuzo sorbía el agua de todas las charcas y los estanques, que se quedaban los peces retorciéndose en tierra seca y gritaba la serpiente en la boca de la rana por la sequía que dejaba. Ojón las veía todas como el mismísimo diablo, y te quedabas helado cuando lo oías:
Que una,
Que otra,
Que así
Y que asá.
Es decir, manías de las suyas, que los estaba poniendo locos con su cháchara.
Por fin Pajar-Ancho-Largo atrapaba los pájaros y, desplumados o no, se los zampaba, hasta que dejaba los corrales vacíos.

Sólo Moro-Blanco no causaba ningún daño. Pero, como compañero de éstos, era parte de todo: sea pérdidas, sea ganancias, y se mostraba amistoso con todos ellos, porque le hacían falta en su viaje hacia el emperador Rojo, del que decían que era un hombre huraño y malvado: no tenía piedad de nada y de nadie. Como dicen: “Al hombre sin piedad, enemigo sin ley”. Y pienso yo que de los cinco pringados que lleva consigo Moro-Blanco, uno logrará ganarle; a pillo, pillo y medio, ¡ahora encontrará el emperador Rojo rival a su medida! Pero luego digo otra vez: ¿quién sabe que nos traerá el día de mañana? Este mundo está loco, os lo digo a sabiendas, pocos suben, muchos bajan, uno lleva las riendas. Y ese uno lleva el pan y el cuchillo y corta por donde quiere y cuanto le da la gana, tú sólo miras y no puedes hacer nada. Como dicen: “El hombre propone y Dios dispone”. Así Moro-Blanco con los suyos; quizá consigan llevarse a la hija del emperador Rojo, quizá no, pero por ahora siguen su camino y luego, como Dios quiera. ¿A mí qué más me da? Yo estoy aquí para contaros la historia y os pido que me escuchéis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario