martes, 15 de septiembre de 2015

Recuerdos de la infancia (9) - La abubilla del tilo



Me despierta mi madre una mañana, ¡y anda que le cuesta!, luego me dice: “Levántate, gandul, antes del amanecer; ¿quieres que te vuelva a tocar el cuco armenio y que te huelle para que luego te vaya mal en todo el día?”… Porque así era como nos engañaba mi madre con una abubilla que llevaba años haciendo su nido en un tilo viejo y hueco de la cuesta donde vivía mi tío Andrei, el hermano más joven de mi padre. En el verano enseguida se la oía: “¡Up-up-up! ¡Up-up-up!” de madrugada, todos los días, que resonaba el pueblo entero. Y nada más despertarme, me manda mi madre al campo a llevarles comida a unos gitanos cuchareros que teníamos empleados para cavar, justo al Valle-Seco, cerca de Topolita. Y cuando salgo, ya empiezo a escuchar a la abubilla cantando:
- ¡Up-up-up! ¡up-up-up! ¡up-up-up!

Entonces, ¿qué se me ocurre a mí? dejo el camino y tuerzo hacia el tilo, con intención de atrapar la abubilla, porque me daba mucha rabia; y no tanto por hollarme como decía mi madre, sino porque me despertaba todos los días antes del alba por su culpa. Al llegar delante del tilo, dejo la comida abajo en el camino, en la cima de la colina, me subo despacito al tilo, que te dormía con el olor de… las flores[1], meto la mano en el hueco, por donde sabía, y, ¡mi día de suerte!... atino la abubilla sentada encima de los huevos y pienso tan contento: “¡Calla, hermanita, que te he pillado! ¡a partir de ahora hollarás tú al diablo!” Y cuando estaba a punto de sacar la abubilla afuera, no sé qué pasa, que me asusto de su cresta abanicada, de las plumas, porque nunca antes había visto abubillas, y la vuelvo a soltar en al hueco. Me quedé sopesando en mi mente que serpiente con plumas no podía ser, como había oído yo a la gente decir que se hallaban a veces serpientes en los huecos de los árboles, así que me doy ánimos yo mismo y vuelvo a meter la mano para sacar la abubilla, pase lo que pase… pero ella, la pobre, se ve que de miedo se había agazapado en las entrañas del árbol, porque no hubo forma de hallarla; como si se hubiera esfumado. “¡Vaya lío que he liado!” digo yo con rencor, luego me quito el sombrero y lo emboco en la abertura del hueco. Y después bajo del árbol, busco una losa apropiada, vuelvo a subir con ella al tilo, quito el sombrero y en su lugar dejo la losa, pensando que, para cuando iba a volver yo del campo, habrá salido la abubilla de donde estaba escondida. Luego bajo otra vez y salgo corriendo a llevarles la comida a los cuchareros… Pero por mucho que haya corrido, ya había perdido un montón de tiempo vagando Dios sabe por dónde y buscando a tientas la abubilla en el hueco del tilo, así que no es de extrañar que los cuchareros rabiaban de hambre esperándome. Que luego, como dicen: “Cuando tiene hambre, el gitano canta; el hidalgo camina con las manos a la espalda, mas nuestro campesino quema su pipa y hierve en sí”. Nuestros cuchareros igual: cantaban a todo pulmón en medio del campo, apoyados en el astil del azadón, con ojos turbios de tanto mirar a ver si les llegaba la comida de alguna parte. Sobre el mediodía aparezco yo por detrás de un cerro, con la comida fría, andando despacito y como sin ganas ya que los escuchaba canturreando así de animados… Entonces se abalanzaron como dragones sobre mí y a punto estuvieron de tragarme si no fuera por una gitanita jovenzuela que había entre ellos y que se puso de mi parte.
- ¡Isna, manus![2]¡parad ya! ¿Qué reñís al chaval? ¡Si tenéis algo que partir, es con su padre, no con él!
Entonces los cuchareros dejaron de meterse conmigo y se pusieron a comer, callados calladitos. Y cuando veo yo que me salgo con la mía, me cojo la alforja con los cuencos, salgo de vuelta hacia el pueblo, tuerzo otra vez por donde el tilo, me subo al árbol, pego la oreja a la abertura del hueco y oigo algo revolviéndose allí dentro. Quito entonces la losa con cuidado, meto la mano y saco la abubilla agotada de tanto esfuerzo; mas cuando quise coger los huevos, estaban todos hechos tortilla. Después de todo esto vuelvo a casa, ato la abubilla por la pata con una cuerdecilla y la oculto unos dos días en el desván, dentro de unas barricas tronchadas para que no la encuentre mi madre; y cada dos por tres iba donde la abubilla, que se preguntaban los de la casa que por qué subía al desván tan a menudo. Pero el día después veo a la tía Marioara, la del tío Andrei, que  viene a casa echando humo, y empieza a reñir a mi madre por mí:
- ¿Has oído en tu vida algo parecido, comadre? decía mi tía con pesar. ¿Qué robe Ion la abubilla que lleva tantos años despertándonos cada mañana para ir a trabajar?
Y estaba apenada sobre medida, a punto de saltarle las lágrimas, mientras lo decía. Ahora me doy cuenta que llevaba razón la tía, porque la abubilla era el reloj del pueblo. Pero mi madre, la pobre, no tenía ni idea de todo esto.
- ¿Qué hablas, comadre?! Lo mataría si me enterara que había atrapado a la abubilla para atormentarla. ¡Menos mal que me lo dijiste, que a partir de aquí me encargo yo de sacudirlo como es debido!
- No tengas duda ninguna, comadre Smaranda, dijo mi tía, ¡que nada se libra de ese desvergonzado tuyo! ¡Y no hay más que hablar! Me lo han dicho a mí los que lo han visto que fue Ion quien la cogió; ¡me juego el cuello!
Como estaba yo escondido en el trastero, nada más oír tal cosa subo de prisa al desván, agarro la abubilla de donde estaba, salgo con ella por debajo del alero y no paro hasta el mercado de reses, a venderla, porque era justo un lunes, día de mercado. Y llegando a la plaza, empiezo a caminar orgulloso entre las gentes por arriba y por abajo, con la abubilla en la mano; como que ¿no era yo ahora un vástago de mercader? Un viejo loco con una vaquilla atada con cuerda, no tiene otra cosa que hacer:
- Eh, chaval, ¿está en venta esa gallinita tuya?
- ¡En venta, hermano!
- ¿Y cuánto pides por ella?
- ¡Lo que me quiera dar usted!
- ¡Trae aquí que la sopese!
Y nada más ponérsela en la mano, el endiablado finge buscar si está con huevo y le desata bien bonito la cuerdecita de la pata; luego me la tira hacia arriba diciendo: “¡Vaya mala suerte, que se me escapó!” La abubilla ¡fiuuu! encima de un chiringuito y después de descansar un momento coge su camino de vuelta a Humulesti y me deja desconsolado con lágrimas en los ojos, mirando detrás de ella… Entonces yo ¡zas! me agarro al gabán del viejo para que me pague el ave…
- ¿Qué te crees usted, hermano? ¿Juegas con la mercancía de la gente? ¿Si no pensabas comprar, por qué la soltaste? ¡Ni con esta vaquilla te llega para pagarme! ¿Lo pillas? ¡No te lo tomes en broma! Y me metía delante del viejo y montaba un alboroto que se había juntado la gente alrededor de nosotros como al espectáculo; ¡al fin y al cabo eso era una feria!
- ¡Veo que no te falta valor, chavalín! dijo el viejo al cabo de un rato, sonriendo. ¿En qué te basas que te pones tan gallo, hijito? ¿No quisieras quitarme la vaquilla como pago por un cuco armenio? ¡A lo mejor te pica la espalda, por lo que veo, chavalín, y enseguida te arrasco si quieres, es más, ¡te doy de leña, si me quieres creer, que te llegue hasta decir “válgame Dios” cuando salgas de mis manos!
- Deja tranquilo al chico, hermano, dijo uno de Humulesti, que es hijo de Stefan el de Petrea, hacendado de nuestro pueblo, y te vas a buscar un buen lío con él por esto…
- ¡Eh, qué Dios lo guarde, es buena gente! ¿Te crees que no nos conocemos con Stefan el de Petrea? dijo el viejo; hace nada lo vi andando por el mercado con el codo[3] bajo el brazo, buscando paño para comprar, según es su negocio, y debe de estar por aquí cerca, o en algún chiringuito, bebiendo la propina. Pues ¡menos mal que sé ahora de quién eres, chavalín! espérate un ratito, que enseguida te llevo donde tu padre y ya veré si ¿fue él quien te mandó a vender abubillas para mancillar el mercado?
¡Hasta aquí hemos llegado! Cuando lo oigo hablando de mi padre, enseguida se me cerró el pico. Luego poco a poco me escurrí  entre las gentes y eché a correr hacia Humulesti, mirando siempre para atrás a ver si no me alcanzaba el viejo. Que tenía ahora prisas en librarme de él. Como dicen: “¡Déjame, hombre! ¡Lo dejaría, pero es que ahora no me deja él a mí!” Justo así me había pasado; es más, contento estaba de librarme sólo con esto. “Ojalá no me fuera peor con mi madre y con la tía Mariuca”, pensaba, mientras el corazón me latía como burro sin mecate de miedo y de cansancio.
Al llegar a casa me entero de que mi padre y mi madre se habían ido al mercado; y mis hermanos me dicen con gran susto que la cosa está muy mal con la tía del hermano Andrei: ha levantado el pueblo entero en pie de guerra por culpa de la abubilla del tilo; dice que se la habíamos quitado nosotros, y a mi madre todo esto la dejó muy apenada. Ya sabes que la tía Mariuca es de las que te sacan el alma, no es una mujer de buena fe, como la tía Anghilita del hermano Chiriac, ¡y no hay más que decir! Y mientras me estaban contando con inquietud, de repente oímos cantar en el tilo:
- ¡Up-up-up! ¡up-up-up! ¡up-up-up!
Mi hermana Catrina dice entonces con asombro:
- ¡Toma ya, chache! Por Dios, ¡cómo son algunos que acosan a la gente sin tener culpa ninguna!
- ¡De verdad que sí, hermanita!... Pero en mi mente: “¡Ay si supierais vosotros todo lo que sufrió, la pobre, por mi culpa, lloraríais de pena!”
Pero Zahei[4] nos dejó hablando y se fue al mercado a buscar a mi madre para contarle la buena nueva sobre la abubilla…
Y el día después, martes, justo el primer día de ayuno antes de San Pedro, preparó mi madre un horno lleno de tortas y de bollos, luego emparrilló unos pollos tiernos y los rebozó en mantequilla, y sobre la hora del almuerzo llama a la tía Mariuca del hermano Andrei a casa y le dice de todo corazón:
- Dios mío, cuñadita, ¡cómo puede enfadarse la gente por nada y menos, haciendo caso a las malas lenguas! ¡Mejor ven, hermana, a comer algo de lo que Dios nos ha dado, a brindar con un vaso de vino por la salud de nuestros paisanos y: “¡Que  los males se olviden y los buenos se conviden; la cizaña perezca y trigo limpio crezca!” Porque si te dejas amargar por lo que sea, ¡Dios sabe que llegas a perder los estribos!
- Así es, querida cuñada, dijo la tía Marioara encogiéndose de hombros asombrada, mientras se sentaba a la mesa. ¿Has visto? ¡Cualquiera se atreve a confiar otra vez en los dichos de la gente!
Luego empezamos todos a comer. Y no sé qué hacían los demás, pero yo me he llenado bien la barriga, para que me dure el día entero. Y después de levantarme de la mesa, ¡corre que te pillo hasta el río a bañarme!; y me tiro valiente desde una orilla alta al charco, pero caigo por error tripa abajo, que vi las estrellas de dolor; y pensé que de verdad se me había reventado la panza. Cuando salí con mucha dificultad del agua y me eché sobre la orilla apretándome las manos sobre el vientre, los chicos me rodearon mogollón y me enterraron en arena, y me dijeron la misa de los muertos lo mejor que sabían, pero aun así tardé una hora en recuperar el aliento; luego empecé a bañarme tranquilo hasta después del atardecer, intentando llegar a casa cuando volvían las vacas y diciéndole a mi madre que al mediodía se le habían escapado al pastor justo las nuestras fuera de la cerca y que yo solito las había llevado a pastar, y que por eso había tardado hasta estas horas. Luego mi madre, buena cristiana que se creía tal cual todas mis patrañas como signos en la tarja, así como se las contaba entre zalamerías, me alabó por mi hazaña y me dio de comer. En cuanto a mí, me hacía el santo mientras tragaba más que un lobo y me reía en silencio, casi asombrado de la astucia con la que había encajado tales mentiras, que casi-casi me daba ganas de creérmelas yo mismo.
A menudo se puede engañar uno de esta forma si no tiene buen conocimiento. Pero luego también digo que: “¡La experiencia es la madre de la ciencia!"


[1] El nido de la abubilla suele oler muy mal.
[2] “¡Ay, hombres!” en idioma caló.
[3] Antigua medida de longitud igual a 42 cm.
[4] Uno de los hermanos pequeños.

martes, 1 de septiembre de 2015

¿Cuán cristianos son los villancicos rumanos? (2)

Hoy seguiré analizando las poderosas imágenes de la segunda mitad del “villancico” que traduje hace unos días y empecé a analizar aquí.
Me había parado sobre todo porque no conseguía adivinar quiénes eran esos “dioses buenos” que el yo poético se encuentra. Tardé un buen rato en identificarlos y lo pude hacer solamente cuando substituí la palabra “buenos” por “blandos” o “pacíficos” – a partir de ese momento los vi con claridad: ¡eran Blajinii (“los gentiles”, “los blandos”, “los compasivos”)!

Familia compartiendo una comida con los antepasados en las Pascuas de los Gentiles.

Blajinii, conocidos también como rocmani o rohmani (el parecido con brahmán no es casualidad) son, según ciertas leyendas rumanas, espíritus de los antepasados que habitan en la otra orilla del Río (Agua) del Sábado – el agua que rodea el mundo de los vivos y lo separa del otro mundo – o  en las Islas Blancas, donde se encuentra el vórtice del mundo. Estos antepasados se conmemoran el primer domingo después del Domingo de Resurrección, durante las Pascuas de los Blajini o las Pascuas de los Muertos, en unas fiestas muy similares en cuanto a ritos a la misma Resurrección. El deber de los vivos es de mantener el culto a los antepasados, de no dejarlos perecer. Los dichos espíritus sólo pueden abandonar su sitio una vez al año, en su fiesta, cuando son “sacados fuera”. El carácter iniciático de las celebraciones de esta época del año es indudable: es ahora cuando tienen lugar los famosos bailes de los Căluşari, que culminan con la purificación por el salto a través del fuego. Así, pues, exceptuando la fecha, todos los elementos relacionados con los “dabruzăi” indican que se trata de los Gentiles. Pero la fecha no supone un problema – se trata simplemente de un cambio moderno del principio del año: antiguamente el año empezaba en primavera, con el despertar de la naturaleza. Una vez desplazado el comienzo del nuevo año a finales de diciembre, las canciones rituales se han desplazado con él – sigue habiendo un rito de paso en el que se invocan los espíritus de los antepasados, se les permite entrar en nuestro mundo para participar a la renovación del tiempo.
 Y hay que añadir a todo esto el nogal, tradicionalmente considerado el eje del mundo (axis mundi), el que une el inframundo, el mundo terrenal y el cielo. En muchas regiones de Rumanía se llevan todavía a la iglesia ramas de nogal justo para celebrar a los antepasados en sus Pascuas, cuando salen de su lugar y andan libres entre los vivos.

Resumiendo, el yo poético se encuentra con los espíritus de tres antepasados, a los que ayuda a salir de su mundo y a penetrar en el nuestro a través del árbol sagrado, para participar en un rito celebrado por una mujer sacerdotisa o chamán.

No hay nada de cristiano en este “villancico”, sino que es la expresión de una tradición mucho más antigua, celebrando el comienzo de un nuevo ciclo en la gran espiral del tiempo.