viernes, 15 de enero de 2016

Oda (en metro antiguo) - un poema de Mihai Eminescu







Un pequeño homenaje a Eminescu, el día que celebramos su 166 aniversario.






Odă (în metru antic) 

Nu credeam să-nvăţ a muri vreodată;
Pururi tânăr, înfăşurat în manta-mi,
Ochii mei nălţam visători la steaua
Singurătăţii.

Când deodată tu răsărişi în cale-mi,
Suferinţă tu, dureros de dulce.
Până-n fund băui voluptatea morţii
Ne-ndurătoare.

Jalnic ard de viu chinuit ca Nessus,
Ori ca Hercul înveninat de haina-i;
Focul meu a-l stinge nu pot cu toate
Apele mării.

De-al meu propriu vis mistuit mă vaiet,
Pe-al meu propriu rug, mă topesc în flăcări.
Pot să mai re-nviu luminos din el ca
Pasărea Phoenix?

Piară-mi ochii tulburători din cale,
Vino iar în sân, nepăsare tristă;
Ca să pot muri liniştit, pe mine
Mie redă-ma!



Oda (en metro antiguo)

No pensé que algún día aprendería a morir;
Joven para siempre, envuelto en mi capa,
Mis ojos soñadores alzaba a la estrella
De la soledad.

Cuando de repente te cruzaste en mi camino,
Tú, sufrimiento, con tu dulce dolor.
Hasta el fondo sorbí el deleite de la despiadada
Muerte.

Desolado me estoy quemando vivo como Neso,
O como Heracles envenenado por su ropa;
Mi fuego no puedo apagarlo ni con todas
Las aguas del mar.

Consumido por mi propio sueño me lamento,
En mi propia hoguera me derriten las llamas.
Podré resucitar otra vez luminoso como
El ave Fénix?

Desapareced, seductores ojos, de mi camino,
Vuelve a mí, triste indiferencia;
Para que pueda morir en paz, ¡devuelve mi ser

A sí mismo!

martes, 15 de septiembre de 2015

Recuerdos de la infancia (9) - La abubilla del tilo



Me despierta mi madre una mañana, ¡y anda que le cuesta!, luego me dice: “Levántate, gandul, antes del amanecer; ¿quieres que te vuelva a tocar el cuco armenio y que te huelle para que luego te vaya mal en todo el día?”… Porque así era como nos engañaba mi madre con una abubilla que llevaba años haciendo su nido en un tilo viejo y hueco de la cuesta donde vivía mi tío Andrei, el hermano más joven de mi padre. En el verano enseguida se la oía: “¡Up-up-up! ¡Up-up-up!” de madrugada, todos los días, que resonaba el pueblo entero. Y nada más despertarme, me manda mi madre al campo a llevarles comida a unos gitanos cuchareros que teníamos empleados para cavar, justo al Valle-Seco, cerca de Topolita. Y cuando salgo, ya empiezo a escuchar a la abubilla cantando:
- ¡Up-up-up! ¡up-up-up! ¡up-up-up!

Entonces, ¿qué se me ocurre a mí? dejo el camino y tuerzo hacia el tilo, con intención de atrapar la abubilla, porque me daba mucha rabia; y no tanto por hollarme como decía mi madre, sino porque me despertaba todos los días antes del alba por su culpa. Al llegar delante del tilo, dejo la comida abajo en el camino, en la cima de la colina, me subo despacito al tilo, que te dormía con el olor de… las flores[1], meto la mano en el hueco, por donde sabía, y, ¡mi día de suerte!... atino la abubilla sentada encima de los huevos y pienso tan contento: “¡Calla, hermanita, que te he pillado! ¡a partir de ahora hollarás tú al diablo!” Y cuando estaba a punto de sacar la abubilla afuera, no sé qué pasa, que me asusto de su cresta abanicada, de las plumas, porque nunca antes había visto abubillas, y la vuelvo a soltar en al hueco. Me quedé sopesando en mi mente que serpiente con plumas no podía ser, como había oído yo a la gente decir que se hallaban a veces serpientes en los huecos de los árboles, así que me doy ánimos yo mismo y vuelvo a meter la mano para sacar la abubilla, pase lo que pase… pero ella, la pobre, se ve que de miedo se había agazapado en las entrañas del árbol, porque no hubo forma de hallarla; como si se hubiera esfumado. “¡Vaya lío que he liado!” digo yo con rencor, luego me quito el sombrero y lo emboco en la abertura del hueco. Y después bajo del árbol, busco una losa apropiada, vuelvo a subir con ella al tilo, quito el sombrero y en su lugar dejo la losa, pensando que, para cuando iba a volver yo del campo, habrá salido la abubilla de donde estaba escondida. Luego bajo otra vez y salgo corriendo a llevarles la comida a los cuchareros… Pero por mucho que haya corrido, ya había perdido un montón de tiempo vagando Dios sabe por dónde y buscando a tientas la abubilla en el hueco del tilo, así que no es de extrañar que los cuchareros rabiaban de hambre esperándome. Que luego, como dicen: “Cuando tiene hambre, el gitano canta; el hidalgo camina con las manos a la espalda, mas nuestro campesino quema su pipa y hierve en sí”. Nuestros cuchareros igual: cantaban a todo pulmón en medio del campo, apoyados en el astil del azadón, con ojos turbios de tanto mirar a ver si les llegaba la comida de alguna parte. Sobre el mediodía aparezco yo por detrás de un cerro, con la comida fría, andando despacito y como sin ganas ya que los escuchaba canturreando así de animados… Entonces se abalanzaron como dragones sobre mí y a punto estuvieron de tragarme si no fuera por una gitanita jovenzuela que había entre ellos y que se puso de mi parte.
- ¡Isna, manus![2]¡parad ya! ¿Qué reñís al chaval? ¡Si tenéis algo que partir, es con su padre, no con él!
Entonces los cuchareros dejaron de meterse conmigo y se pusieron a comer, callados calladitos. Y cuando veo yo que me salgo con la mía, me cojo la alforja con los cuencos, salgo de vuelta hacia el pueblo, tuerzo otra vez por donde el tilo, me subo al árbol, pego la oreja a la abertura del hueco y oigo algo revolviéndose allí dentro. Quito entonces la losa con cuidado, meto la mano y saco la abubilla agotada de tanto esfuerzo; mas cuando quise coger los huevos, estaban todos hechos tortilla. Después de todo esto vuelvo a casa, ato la abubilla por la pata con una cuerdecilla y la oculto unos dos días en el desván, dentro de unas barricas tronchadas para que no la encuentre mi madre; y cada dos por tres iba donde la abubilla, que se preguntaban los de la casa que por qué subía al desván tan a menudo. Pero el día después veo a la tía Marioara, la del tío Andrei, que  viene a casa echando humo, y empieza a reñir a mi madre por mí:
- ¿Has oído en tu vida algo parecido, comadre? decía mi tía con pesar. ¿Qué robe Ion la abubilla que lleva tantos años despertándonos cada mañana para ir a trabajar?
Y estaba apenada sobre medida, a punto de saltarle las lágrimas, mientras lo decía. Ahora me doy cuenta que llevaba razón la tía, porque la abubilla era el reloj del pueblo. Pero mi madre, la pobre, no tenía ni idea de todo esto.
- ¿Qué hablas, comadre?! Lo mataría si me enterara que había atrapado a la abubilla para atormentarla. ¡Menos mal que me lo dijiste, que a partir de aquí me encargo yo de sacudirlo como es debido!
- No tengas duda ninguna, comadre Smaranda, dijo mi tía, ¡que nada se libra de ese desvergonzado tuyo! ¡Y no hay más que hablar! Me lo han dicho a mí los que lo han visto que fue Ion quien la cogió; ¡me juego el cuello!
Como estaba yo escondido en el trastero, nada más oír tal cosa subo de prisa al desván, agarro la abubilla de donde estaba, salgo con ella por debajo del alero y no paro hasta el mercado de reses, a venderla, porque era justo un lunes, día de mercado. Y llegando a la plaza, empiezo a caminar orgulloso entre las gentes por arriba y por abajo, con la abubilla en la mano; como que ¿no era yo ahora un vástago de mercader? Un viejo loco con una vaquilla atada con cuerda, no tiene otra cosa que hacer:
- Eh, chaval, ¿está en venta esa gallinita tuya?
- ¡En venta, hermano!
- ¿Y cuánto pides por ella?
- ¡Lo que me quiera dar usted!
- ¡Trae aquí que la sopese!
Y nada más ponérsela en la mano, el endiablado finge buscar si está con huevo y le desata bien bonito la cuerdecita de la pata; luego me la tira hacia arriba diciendo: “¡Vaya mala suerte, que se me escapó!” La abubilla ¡fiuuu! encima de un chiringuito y después de descansar un momento coge su camino de vuelta a Humulesti y me deja desconsolado con lágrimas en los ojos, mirando detrás de ella… Entonces yo ¡zas! me agarro al gabán del viejo para que me pague el ave…
- ¿Qué te crees usted, hermano? ¿Juegas con la mercancía de la gente? ¿Si no pensabas comprar, por qué la soltaste? ¡Ni con esta vaquilla te llega para pagarme! ¿Lo pillas? ¡No te lo tomes en broma! Y me metía delante del viejo y montaba un alboroto que se había juntado la gente alrededor de nosotros como al espectáculo; ¡al fin y al cabo eso era una feria!
- ¡Veo que no te falta valor, chavalín! dijo el viejo al cabo de un rato, sonriendo. ¿En qué te basas que te pones tan gallo, hijito? ¿No quisieras quitarme la vaquilla como pago por un cuco armenio? ¡A lo mejor te pica la espalda, por lo que veo, chavalín, y enseguida te arrasco si quieres, es más, ¡te doy de leña, si me quieres creer, que te llegue hasta decir “válgame Dios” cuando salgas de mis manos!
- Deja tranquilo al chico, hermano, dijo uno de Humulesti, que es hijo de Stefan el de Petrea, hacendado de nuestro pueblo, y te vas a buscar un buen lío con él por esto…
- ¡Eh, qué Dios lo guarde, es buena gente! ¿Te crees que no nos conocemos con Stefan el de Petrea? dijo el viejo; hace nada lo vi andando por el mercado con el codo[3] bajo el brazo, buscando paño para comprar, según es su negocio, y debe de estar por aquí cerca, o en algún chiringuito, bebiendo la propina. Pues ¡menos mal que sé ahora de quién eres, chavalín! espérate un ratito, que enseguida te llevo donde tu padre y ya veré si ¿fue él quien te mandó a vender abubillas para mancillar el mercado?
¡Hasta aquí hemos llegado! Cuando lo oigo hablando de mi padre, enseguida se me cerró el pico. Luego poco a poco me escurrí  entre las gentes y eché a correr hacia Humulesti, mirando siempre para atrás a ver si no me alcanzaba el viejo. Que tenía ahora prisas en librarme de él. Como dicen: “¡Déjame, hombre! ¡Lo dejaría, pero es que ahora no me deja él a mí!” Justo así me había pasado; es más, contento estaba de librarme sólo con esto. “Ojalá no me fuera peor con mi madre y con la tía Mariuca”, pensaba, mientras el corazón me latía como burro sin mecate de miedo y de cansancio.
Al llegar a casa me entero de que mi padre y mi madre se habían ido al mercado; y mis hermanos me dicen con gran susto que la cosa está muy mal con la tía del hermano Andrei: ha levantado el pueblo entero en pie de guerra por culpa de la abubilla del tilo; dice que se la habíamos quitado nosotros, y a mi madre todo esto la dejó muy apenada. Ya sabes que la tía Mariuca es de las que te sacan el alma, no es una mujer de buena fe, como la tía Anghilita del hermano Chiriac, ¡y no hay más que decir! Y mientras me estaban contando con inquietud, de repente oímos cantar en el tilo:
- ¡Up-up-up! ¡up-up-up! ¡up-up-up!
Mi hermana Catrina dice entonces con asombro:
- ¡Toma ya, chache! Por Dios, ¡cómo son algunos que acosan a la gente sin tener culpa ninguna!
- ¡De verdad que sí, hermanita!... Pero en mi mente: “¡Ay si supierais vosotros todo lo que sufrió, la pobre, por mi culpa, lloraríais de pena!”
Pero Zahei[4] nos dejó hablando y se fue al mercado a buscar a mi madre para contarle la buena nueva sobre la abubilla…
Y el día después, martes, justo el primer día de ayuno antes de San Pedro, preparó mi madre un horno lleno de tortas y de bollos, luego emparrilló unos pollos tiernos y los rebozó en mantequilla, y sobre la hora del almuerzo llama a la tía Mariuca del hermano Andrei a casa y le dice de todo corazón:
- Dios mío, cuñadita, ¡cómo puede enfadarse la gente por nada y menos, haciendo caso a las malas lenguas! ¡Mejor ven, hermana, a comer algo de lo que Dios nos ha dado, a brindar con un vaso de vino por la salud de nuestros paisanos y: “¡Que  los males se olviden y los buenos se conviden; la cizaña perezca y trigo limpio crezca!” Porque si te dejas amargar por lo que sea, ¡Dios sabe que llegas a perder los estribos!
- Así es, querida cuñada, dijo la tía Marioara encogiéndose de hombros asombrada, mientras se sentaba a la mesa. ¿Has visto? ¡Cualquiera se atreve a confiar otra vez en los dichos de la gente!
Luego empezamos todos a comer. Y no sé qué hacían los demás, pero yo me he llenado bien la barriga, para que me dure el día entero. Y después de levantarme de la mesa, ¡corre que te pillo hasta el río a bañarme!; y me tiro valiente desde una orilla alta al charco, pero caigo por error tripa abajo, que vi las estrellas de dolor; y pensé que de verdad se me había reventado la panza. Cuando salí con mucha dificultad del agua y me eché sobre la orilla apretándome las manos sobre el vientre, los chicos me rodearon mogollón y me enterraron en arena, y me dijeron la misa de los muertos lo mejor que sabían, pero aun así tardé una hora en recuperar el aliento; luego empecé a bañarme tranquilo hasta después del atardecer, intentando llegar a casa cuando volvían las vacas y diciéndole a mi madre que al mediodía se le habían escapado al pastor justo las nuestras fuera de la cerca y que yo solito las había llevado a pastar, y que por eso había tardado hasta estas horas. Luego mi madre, buena cristiana que se creía tal cual todas mis patrañas como signos en la tarja, así como se las contaba entre zalamerías, me alabó por mi hazaña y me dio de comer. En cuanto a mí, me hacía el santo mientras tragaba más que un lobo y me reía en silencio, casi asombrado de la astucia con la que había encajado tales mentiras, que casi-casi me daba ganas de creérmelas yo mismo.
A menudo se puede engañar uno de esta forma si no tiene buen conocimiento. Pero luego también digo que: “¡La experiencia es la madre de la ciencia!"


[1] El nido de la abubilla suele oler muy mal.
[2] “¡Ay, hombres!” en idioma caló.
[3] Antigua medida de longitud igual a 42 cm.
[4] Uno de los hermanos pequeños.

martes, 1 de septiembre de 2015

¿Cuán cristianos son los villancicos rumanos? (2)

Hoy seguiré analizando las poderosas imágenes de la segunda mitad del “villancico” que traduje hace unos días y empecé a analizar aquí.
Me había parado sobre todo porque no conseguía adivinar quiénes eran esos “dioses buenos” que el yo poético se encuentra. Tardé un buen rato en identificarlos y lo pude hacer solamente cuando substituí la palabra “buenos” por “blandos” o “pacíficos” – a partir de ese momento los vi con claridad: ¡eran Blajinii (“los gentiles”, “los blandos”, “los compasivos”)!

Familia compartiendo una comida con los antepasados en las Pascuas de los Gentiles.

Blajinii, conocidos también como rocmani o rohmani (el parecido con brahmán no es casualidad) son, según ciertas leyendas rumanas, espíritus de los antepasados que habitan en la otra orilla del Río (Agua) del Sábado – el agua que rodea el mundo de los vivos y lo separa del otro mundo – o  en las Islas Blancas, donde se encuentra el vórtice del mundo. Estos antepasados se conmemoran el primer domingo después del Domingo de Resurrección, durante las Pascuas de los Blajini o las Pascuas de los Muertos, en unas fiestas muy similares en cuanto a ritos a la misma Resurrección. El deber de los vivos es de mantener el culto a los antepasados, de no dejarlos perecer. Los dichos espíritus sólo pueden abandonar su sitio una vez al año, en su fiesta, cuando son “sacados fuera”. El carácter iniciático de las celebraciones de esta época del año es indudable: es ahora cuando tienen lugar los famosos bailes de los Căluşari, que culminan con la purificación por el salto a través del fuego. Así, pues, exceptuando la fecha, todos los elementos relacionados con los “dabruzăi” indican que se trata de los Gentiles. Pero la fecha no supone un problema – se trata simplemente de un cambio moderno del principio del año: antiguamente el año empezaba en primavera, con el despertar de la naturaleza. Una vez desplazado el comienzo del nuevo año a finales de diciembre, las canciones rituales se han desplazado con él – sigue habiendo un rito de paso en el que se invocan los espíritus de los antepasados, se les permite entrar en nuestro mundo para participar a la renovación del tiempo.
 Y hay que añadir a todo esto el nogal, tradicionalmente considerado el eje del mundo (axis mundi), el que une el inframundo, el mundo terrenal y el cielo. En muchas regiones de Rumanía se llevan todavía a la iglesia ramas de nogal justo para celebrar a los antepasados en sus Pascuas, cuando salen de su lugar y andan libres entre los vivos.

Resumiendo, el yo poético se encuentra con los espíritus de tres antepasados, a los que ayuda a salir de su mundo y a penetrar en el nuestro a través del árbol sagrado, para participar en un rito celebrado por una mujer sacerdotisa o chamán.

No hay nada de cristiano en este “villancico”, sino que es la expresión de una tradición mucho más antigua, celebrando el comienzo de un nuevo ciclo en la gran espiral del tiempo.

viernes, 21 de agosto de 2015

¿Cuán cristianos son los villancicos rumanos? (1)

Llevo unos días leyendo Las raíces históricas del cuento de Vladimir Propp – un libro fantástico que os recomiendo encarecidamente si no lo habéis leído; es mejor, en mi opinión, que su famosa Morfología del cuento.
Bueno, pues llego al capítulo sobre el caballo mágico que conduce al héroe al “otro reino”, al mundo de los muertos, en la visión de Propp sobre la que tengo mis reservas, y dice el libro que se produce la fusión entre el fuego como vehículo hacia el otro mundo (la ascensión del alma con el humo) y el caballo, animal totémico (antepasado mítico de la tribu) y psicopompo (que conduce el alma al otro mundo). Y luego habla del dios indio Agni, el caballo de fuego, etcétera, etcétera…
Propp no dice nada de la literatura rumana, vecina suya, aunque da detalles sobre mitos, ritos y cuentos de Oceanía. Habla algo sobre el color amarillo o rojo del caballo en los cuentos rusos – color de las llamas – y nada más.
Como se puede ver en La historia de Moro-Blanco, hay en los cuentos rumanos unos caballos que no sólo vuelan, sino que se alimentan de ascuas. El cuento mencionado no es el único en el que aparece un tal caballo. Y entonces, me pregunto ¿es el cuento rumano el exponente de una tradición anterior, quizá de la misma edad que la védica?
No lo sé, pero mientras estaba pensando en esto, me surgió otra idea: ¿Qué pasa con los villancicos? No, no estoy hablando de los villancicos “cristianos” con el niño en el portal y los tres reyes magos. Existe en la cultura rumana otro tipo de villancicos, más antiguos, confusos, casi ininteligibles para el hombre moderno, a menudo llamados “canciones de viejos” o “canciones viejas”, de un paganismo evidente disfrazado de cristianismo. Hace años que me obsesiona una de estas canciones, oída por casualidad en un CD de Stefan Hrusca (para quien quiera escucharla, os dejo el enlace aqui ).

La transcripción de la letra sería:


Bun gând ce-ai gânditu
Tăţi au şi venitu.
Numa’ Sân Nicoară
Pe mare venitu-i
C-un căluţ dalbuţu,
Dalbu de-asudatu-i,
Negru de-nspumatu-i,
Roşu de-nfocatu-i.

Şi eu mă-ntâlniu
Cu trei dabruzăi.
Şi ei mă rugară
Să nu-i las să piară.

Crucea o-ntorsăiu
Şi-afară-i scosăiu
Pe-o punte de nuc,
Ţie să-i aduc,
Sa şadă la tine,
Să le fie bine.

Să fii sănătoasă, gazdă, oi găzduţa noastă,
Şi plăteşti colinda noastră, oi gazduţa noastă.

Lo que en una traducción castellana (aproximada, teniendo en cuenta el idioma con matices arcaicos y regionales en la que se canta) sería:

Buen pensamiento que has pensado
Todos ya han llegado.
Sólo San Nicolás
Llegó por mar
Con un caballito blanquito,
Es[1] blanco de sudado,
Es negro de espumado,
Es rojo de fogoso.

Y yo me encontré
Con tres dioses blancos[2].
Y ellos me suplicaron
Que no los deje perecer.

La cruz la volví
Y fuera los saqué
Por un puente de nogal,
A traértelos a ti,
Que se queden contigo,
Que les vaya bien.

Queda sana, nuestra anfitriona, ay nuestra pequeña anfitriona,
Y paga nuestro villancico, ay nuestra pequeña anfitriona.

Quitando los últimos dos versos claramente circunstanciales, el resto parece no tener ningún sentido y, sobre todo, muy poca relación con la religión cristiana. Es verdad que se menciona la cruz, pero incluso ella es una falsa alusión al Dios cristiano. La cruz es un símbolo muy anterior al cristianismo, aparece miles de años antes, incluso sobre el territorio de la actual Rumanía, en la cerámica de la cultura Cucuteni, por ejemplo, con una antigüedad de más de 6000 años.

         
             Vasija perteneciente a la cultura Cucuteni

Fragmentos de cerámica de Cucuteni

 Por no hablar ya de la cruz gamada, conocida como esvástica.

Así que la cruz es, quizás, el elemento menos cristiano de todo el „villancico”.

¿Podría ser, entonces, la mención de San Nicolás el elemento cristiano del villancico? Sí, podría ser, pero no lo es. Lo primero que salta a la vista es su nombre en rumano, Sân Nicoară  y no Sfântul Nicolae. Aunque parezca lo mismo, hay una gran diferencia: mientras el último es San Nicolás del cristianismo, precursor de Papa Noel o de Santa Claus, el primero es un personaje mucho más antiguo que se ha vuelto muy oscuro con el paso del tiempo. En los cuentos rumanos Sân Nicoară es el guardián del Sol o el que mantiene el Sol en su lugar y no lo deja desviarse de su recorrido diario; también aparece como guardián del puente (al otro mundo) o barquero de almas.

Pero empecemos por el principio: ¿quién eres „tú” el que „has pensado”? Se podría decir que es el anfitrión mismo o, mejor dicho, la „anfitriona” – quedémonos de momento con esta explicación que deja más interrogantes que respuestas, ya que seguimos sin saber quién es la anfitriona.
Y sigue: Todos ya han llegado. ¿Quiénes? Los seres que se pueden llamar o invocar con el pensamiento, en los que estaba pensando el misterioso „tú”. Estos seres no son, seguramente, de este mundo, sino del otro, idea reforzada por la inmediata mención de Sân Nicoară  cuya naturaleza ya la hemos discutido. Se trata de un conjuro, de un llamamiento lanzado a los habitantes del otro mundo – antepasados, espíritus guardianes – para cumplir con su papel en el rito de cambio de estación.
El protagonista del rito llega, finalmente, „del mar”, otra alusión a su condición de Caronte, pero en este caso su medio de transporte es el caballo que reúne, en un solo animal, los tres atributos del caballo-guía o del caballo-acompañante al mundo de más allá: es blanco, negro y rojo – es decir: puro o espectral, muerto y de fuego.

Como conclusión a esta primera parte podemos afirmar que estamos ante un rito de paso, en el que una mujer chamán (la anfitriona) invoca a seres del otro mundo; estos llegan al instante, llevados por el pensamiento de los vivos, a excepción de „San Nicolás” que llega por mar acompañado de su caballo.

Sobre la última parte, y la más interesante, ya hablaremos la próxima vez.

  





[1] O también está, ya que el rumano no diferencia entre ser y estar.
[2] La palabra rumana, dabruzăi, no aparece en ningún diccionario; se puede deducir su significado aproximado de “dioses blancos” separando sus dos partes (dabru zăi), muy parecidas a dalbi zăi, es decir “blancos dioses”. Es posible también que sean dobri zăi, es decir “dioses buenos” aplicando una etimología de filiación eslava.

martes, 18 de agosto de 2015

Recuerdos de la infancia (8)


Y luego desnatando la leche de los pucheros, ¡qué atracón dábamos!
Cuando mi madre ponía leche a cuajar, yo, aunque fuera día de ayuno como si no, al segundo día ya empezaba a chupar la natilla de por encima; y seguía así todos los días hasta que daba con la cuajada. Y cuando mi madre miraba los pucheros para recoger la nata, ¡recoge, Smaranda, si te queda algo!…
- Quizá las brujas[1] hayan robado el vigor[2] de las vacas, madre, decía yo sentado de cuclillas y con la lengua fuera delante de mi madre, abajo entre los pucheros.
- Ay, Señor, si cogiese yo a ese brujo entre los pucheros algún día, decía mi madre mirándome de reojo, ¡cómo lo apañaría! ¡La hermana del clavo[3] lo repasará que no podrán sacarlo de mis manos ni todo el clan de los brujos y las brujas del mundo entero!... El brujo que haya comido la nata se conoce por la lengua… ¡A decir verdad, en toda mi vida he aborrecido al hombre taimado y rastrero, querido hijo! Y que sepas que Dios no ayuda a quien anda robando, sea cosas de abrigo, como de comida o de lo que fuera…
“¡Anda, ahora, las indirectas del padre Cobos!” digo yo en mí, que no era tan estúpido como para no entender adónde iba la cosa.
¡Y luego con el hermano Chiorpec el zapatero, nuestro vecino, qué lío tenía! Aunque, a decir verdad, el lío lo tenía él conmigo; que cada dos por tres me iba a su casa y lo machacaba a que me diera correas para hacerme un látigo. Y la mayoría de las veces me encontraba al hermano Chiorpec embetunando las botas con alquitrán del bueno, que deja el cuero suave como el algodón. Y cuando veía el hombre que no había manera de librarse de mí por las buenas, me agarraba por la barbilla con la mano izquierda, mientras que con la derecha mojaba el brochón en el tarro de alquitrán y me pegaba un buen pintarrajo por encima del morro que se partían de risa todos los aprendices de la zapatería. Y cuando me soltaba, salía yo corriendo hasta casa, llorando y escupiendo por  diestro y siniestro.
- ¡Mira, mamá, lo que me hizo el demonio de Chiorpeci!...
- Ay, Señor, como si se lo hubiera enseñado yo misma, decía mi madre con pesar; le invitaré cuando lo vea; que por donde vas te pones más pesado que una vaca en brazos y sacas a la gente de quicio con tus desvergüenzas, ¡pordiosero que eres!
Cuando la oía yo hablando así, me lavaba bien la boca y me buscaba la vida… Y al rato se me pasaba el enojo y ¡venga otra vez donde el hermano Chiorpec a pedir correas! Ese, cuando me veía entrando por la puerta, ya me decía con ganas: “¡Eh, eh! ¡Bienvenido, sochino[4]!” Y otra vez me embetunaba haciendo que se rieran de mí; luego yo otra vez corría a casa llorando, escupiendo y maldiciéndolo. Lo que tenía que sufrir mi madre por este motivo…
- ¡Ay! si llegara el invierno para meterte a estudiar en algún sitio, decía mi madre, y pedirle al maestro que no me devolviera de ti más que la piel y los huesos…

Un día de verano, cerca de Pentecostés, me escabullo de casa sobre el mediodía y me voy a casa del tío Vasile, el hermano mayor de mi padre, a robar cerezas; que sólo en su casa y en algún sitio más del pueblo había cerezos tempranillos que medio maduraban para el Domingo de Pentecostés. Y me preparo yo de antes un plan para que no me pillen. Primero entro en casa y finjo pedir permiso para que venga Ioan conmigo a bañarnos al río.
- Ion no está, dice la tía Marioara; se ha ido con tu tío Vasile bajo las murallas a una bordadora de Condreni para traer unos gabanes.
Porque debéis saber que en Humulesti hilan tanto las mozas como los mozos, las mujeres como los hombres; y se teje mucha tela de gabán, gris y negra, que se vende como paño o ya cosida; tanto allí en el sitio, a los comerciantes armenios, venidos a posta de otras villas – Focsani, Bacau, Roman, Targu-Frumos y otros lugares, como en los mercadillos de todas partes. Sobre todo con eso se mantienen los de Humulesti, campesinos libres sin tierras, y con el comercio de a pie: reses, caballos, cerdos, ovejas, queso, lana, aceite, sal y harina de maíz; gabanes largos, hasta las rodillas y cazadoras; pantalones, bombachos, camisas, cobertores y alfombras floridas; velos de seda fina, y otras cosas, que se llevaban los lunes para venderlos  al mercadillo, o los jueves a los monasterios de monjas, a las que el mercadillo se les hace pesado.
- Pues entonces, ¡queda con Dios, tía Marioara! como te digo; y siento que no esté el primo Ion en casa, que mucho me hubiera gustado ir juntos a bañarnos… Pero en mí: “¿A que me lo apañé bien apañado? menos mal que no están; y si tardan en volver, ¡mejor aún!”…
Y, sin mucha habladuría, beso la mano de la tía, me despido como un buen chico, salgo de casa y hago como que me voy al río, me deslizo por donde puedo y al momento acabo subido en el cerezo de la mujer y empiezo a echar cerezas en la pechera, verdes, maduras, como sea. Y como estaba preocupado esforzándome a acabar cuanto antes lo que hiciera, mira que la tía Marioara se acerca al tronco del árbol con una vara en la mano.
- Pero, bueno, trasto, ¿aquí tienes tu río? dijo ella mirándome fijamente; ¡bájate p’ abajo, bandido, que te voy a dar una lección!
¡Pero cómo bajar, que abajo estaba la perdición! Y cuando ve ella que no bajo y no bajo, ¡zas! me tira dos o tres terrones, pero sin alcanzarme. Luego empieza a trepar por el cerezo arriba diciendo: “Espera tú, desvergonzado, ¡que ahora mismo te da Marioara un buen repaso!” Entonces yo me deslizo hacia una rama más baja, y en seguida salto en medio de una parcela de cáñamo que se extendía por delante del cerezo y estaba tierna y alta hasta la cintura. La loca de tía Marioara, a perseguirme, y yo como un conejo a través del cáñamo, y ella detrás de mí hasta la valla del fondo de la huerta que no me daba tiempo de saltar, así que me volvía para atrás, siempre por el cáñamo, siempre corriendo como un conejo, y ella detrás de mí hasta llegar frente al patio por donde tampoco me era fácil saltar; por los lados, otra valla, ¡y la roñosa de mi tía no dejaba de acosarme ni loca! ¡Casi-casi me atrapa! Y yo corriendo, y ella corriendo, y yo corriendo, y ella corriendo, hasta que dejamos todo el cáñamo tumbado al suelo; porque, a decir verdad, había allí unas diez-doce áreas de cáñamo, hermoso y espeso como la cerda, que se echó todo a perder. Y después de cumplir nosotros con la faena, no sé cómo se enrolla la tía en el cáñamo, o tropieza con algo, y se cae al suelo. Yo, entonces, doy unos dos saltos más ajustados, me tiro por encima de la valla que parecía como si ni la hubiera tocado, y me esfumo, yendo para mi casa y portándome muy bien ese día…
Pero luego al anochecer, toma que viene el tío Vasile con el regidor y el guarda, llama a mi padre a la puerta, le explican el asunto y lo llaman para que esté presente cuando iban a valorar el cáñamo y las cerezas… porque, a decir verdad, el tío Vasile era un tacaño y un agarrado igual que la tía Marioara. Como dicen: “Dios los crió y ellos se juntaron”. Pero de nada me sirve tanta habladuría: ¿quién puede mandar sobre el trabajo de otro? El daño estaba hecho y el culpable tenía que pagar. Como dicen: “No paga el pudiente, sino el delincuente”. Así le tocó a mi padre: pagó la multa por mí, y ¡ya está! Y cuando volvió avergonzado de pagarla, me dio una azotaina de las buenas, diciendo:
- ¡Toma! ¡hártate de cerezas! ¡A partir de ahora que sepas que he perdido toda confianza en ti, descarado! ¿Cuántos más daños me tocará pagar por tu culpa?
Y así me pasó con las cerezas; rápido y sin retraso se habían cumplido las palabras de mi madre, la pobre: “Que Dios no ayuda a quien anda robando”. Pero, ¿de qué más te sirve la penitencia después de muerto? ¿Y mi vergüenza, qué hacer con ella? ¿Cómo iba a volver a mirar a los ojos de mi tía Marioara, del tío Vasile, del primo Ion y de los mismos chicos y chicas del pueblo; sobre todo los domingos, en la iglesia, al baile donde da gusto mirar, y al río, al Pasto del Cuco donde se encontraban los mozos y las mozas, deseosos de verse después de una semana de trabajo?
Así pues, había dado nombre por la faena que había liado, que no podía ni dejarme ver de vergüenza; sobre todo ahora cuando se habían levantado algunas mozas bonitas  en nuestro pueblo y empezaban a trastornar mis pensamientos. Como dicen:
- ¿Ioan, te gustan a ti las mozas?
- Me gustan.
- ¿Y tú a ellas?
- ¡Y ellas a mí!...
Pero, ¿qué otra me quedaba?... Ya pasará esto también; cara dura y dejarla olvidada, como muchas otras cosas que me han pasado en mi vida, no en un año o dos y tampoco todas a la vez, sino en muchos años y una a una como esperando al molino. Y aunque me guardaba, a desganas, de hacer ninguna travesura, era como si me empujase el diablo que justo entonces las hacía sin número.
¡Anda que tardé mucho! ¡Justo después de lo de las cerezas me meto en otro lío!




[1] Creanga usa aquí la palabra strigoaice, derivado femenino (plural) de strigoi que significa tanto muertos vivientes, como personas nacidas bajo una mala estrella, condenadas a transformarse en animales por la noche y a jugar malas pasadas a los vecinos.
[2] Las strigoaice robaban la mana de las vacas, es decir la fuerza vital. Creanga utiliza esta misma palabra mana, que en rumano no se percibe como neologismo.
[3] La vara.
[4] En rumano nepurcel, de nepot (“sobrino” o “nieto”) y purcel (“cochino”).

sábado, 25 de julio de 2015

Recuerdos de la infancia (7)



La tradición del "aradillo"

Qué le importa al niño cuando la madre y el padre piensan en los aprietos de la vida, en qué podría traer el día de mañana, o cuando los atormentan otros pensamientos llenos de amargura. El niño, montado en su palo, se piensa estar montando un caballo de los más espléndidos, que lo lleva corriendo alegre, y al que azuza con el látigo, y maneja las riendas como si fuera de verdad, y le grita a todo pulmón que te deja sordo; y si se cae, dice que lo ha tirado el caballo, luego en el palo se descarga la furia hecha y derecha…
Así era yo mismo a esa feliz edad, así creo que han sido todos los niños, desde el principio del mundo, digan lo que digan.
Cuando mi madre ya no podía más de lo cansada que estaba y se echaba un rato a descansar por la tarde, justo en ese momento nosotros, los chicos, poníamos la casa patas arriba. Cuando volvía mi padre por la noche del bosque de Dumesnicu, helado de frío y cubierto de escarcha, nosotros lo asustábamos saltándole a la espalda en la oscuridad. Y él, aunque fuese muy cansado, nos cogía uno a uno como jugando a pillapilla, nos aupaba hasta el techo diciendo “¡Upa, upa!” y siempre nos besaba a cada uno. Luego después de encender el quinqué, cuando mi padre se disponía a cenar, nosotros sacábamos los gatos de sus nichos y de sus rincones y los desgreñábamos y los regañábamos delante de él todo lo que podíamos, que no conseguían escapar de nuestras manos hasta que no nos arañaban y nos escupían.
Secuencia de la película "Recuerdos de la infancia"
- ¡Y tú los sigues aguantando, hombre!, decía mi madre, ¡y los sigues mimando! ¿Verdad?... ¡Ay va! ¡os han dado lo merecido, granujas sinvergüenzas que sois! que ningún animal puede cobijarse en esta casa por vuestra culpa… ¡Mira, si hoy no os he zurrado, dais el ataque entre esos gatos y os pasáis de la raya. ¡Anda! ¡Cuidado con propasarse! ¡En seguida descuelgo la vara de la viga y os corro a hostias hasta que os canséis!
- Déjalos ya, mujer, déjalos, que se alegran de verme, decía mi padre mientras nos acunaba. ¿Qué saben ellos? Leña hay en el bosque, tocino y harina no faltan en la cámara; queso en la cuba, tampoco; repollo en el barril hay, ¡gracias a Dios! Que tengan ellos salud para comer y jugar ahora, mientras sean pequeñines; porque ya se les pasará la travesura cuando se hagan mayores y los colmarán los desvelos; no te preocupes, que de esto no se van a librar. Y luego, ya sabes lo que dicen: “Si es niño, que juegue; si es caballo, que tire; y si es cura, que lea…”
- A ti, hombre, dijo mi madre, qué te cuesta hablar, que no estas con ellos en casa todo el día, y no te sacan de quicio, ¡ojalá se los tragara la tierra, Dios me perdone! ¡Si viniera el verano de una vez, para que salgan a jugar fuera, que estoy harta de ellos hasta las narices! Cuantas diabluras les pasan por la cabeza, todas las hacen. ¡Cuando empieza a sonar el simandrón[1] en la iglesia, tu Zahei el muy sabio corre él también fuera y empieza a golpear los cercos del telar, que crujen las paredes de la casa y tiemblan las ventanas! Mas el endiablado de Ion, con el cencerro de las ovejas, la tenaza y el pincho, monta un griterío y un alboroto que te deja sin oído. Luego se echan algún trapo en la espalda, un yelmo de papel en la cabeza y cantan “aleluya” y “Ten piedad Señor, el cura es pescador” hasta que te echan de casa. Y todo esto dos o tres veces al día que en ocasiones te entran ganas de doblarlos a palos, si fueras a hacerles caso…
- Pero bueno, mujer, ya tienes tú fama de beata; por lo menos te hicieron los chicos iglesia aquí en el sitio, a tu gusto, aunque casi te entra la iglesia en casa de lo lejos que está… A partir de ahora, poneos a organizar veladas toda la noche y todas las travesuras que os dé la gana, chicos; eso si queréis que os dé vuestra madre todos los días sólo bollos untados con miel de los “Cuarenta Santos”[2] y gachas con nueces[3].
- Que luego, ¿te lo has pensado mucho, hombre? Ya me extrañaba a mí que por qué están tan tranquilitos, los pequeñines; que tú los mimas tanto y les consientes lo que sea. Míralos cómo están todos despiertos y observándonos como si quisieran pintarnos en un cuadro. Intenta levantarlos para algún trabajo y luego verás cuánto vacilan, se quejan y protestan, dijo mi madre. ¡Anda!, a dormir, chicos, que se os pasa la noche; ¡a vosotros qué os importa mientras tengáis comida delante de las narices!...
Y después de acostarnos todos, nosotros, los chicos, como los chicos, empezábamos a reñir y las risitas no nos dejaban dormir, hasta que mi pobre madre se veía obligada a darnos un coscorrón o dos en la cabeza y alguna que otra colleja en la espalda. Y mi padre, harto a veces de tanto alboroto, le decía a mi madre:
- ¡Eh, calla, calla! ¡Ya te vale, cotorra! ¡Que no serán viejas para que se duerman de pie!
Pero entonces mi madre nos daba algunas más de propina, aun más recias, diciendo:
- ¡Tomad que os sobre, descarados que sois! ¿Ni por la noche no me dejáis descansar con vuestras risotadas?
Sólo así podía librarse mi pobre madre de nuestra barrabasada, ¡pobres sean sus pecados! ¿Y luego pensáis que con eso se acababa todo? ¡Ni hablar! La mañana siguiente volvíamos a empezar; y otra vez cogía mi madre la pértiga del gancho, y otra vez nos medía las costillas, pero nosotros parecía que ni nos enteráramos… Como dicen: “Pelleja tiñosa y dura, ni muchos palos la curan”.
¡Y tantas cosas nos pasaban por la cabeza, y tantas cosas hacíamos y rehacíamos! Las recuerdo como si me pasaran ahora mismo.
¡A ver si ahora te sirve la cabeza para recordar todo igual que antes, hermano Ion!
Grupo de niños con zambomba y látigo
De Navidad, cuando mi padre mataba el cerdo y lo socarraba, y lo escaldaba y luego en seguida lo envolvía en paja para que sudara y que se raspara mejor, yo montaba encima del cerdo sobre la paja y montaba allí la fiesta, porque sabía que me iba a dar el rabo del gorrino para freírlo y la vejiga para llenarla de granos, hincharla y hacerla sonar cuando se haya secado; y luego, ¡lo que tenía que sufrir el oído de mi madre, hasta que me la estallaba contra la cabeza!
¡Pero que no pierda el hilo! Una vez, un día de San Basilio[4], quedamos algunos chicos del pueblo para ir con el aradillo; porque ya era yo mayorcito, por desgracia. Y en la víspera de San Basilio, me he pasado todo el día dándole la lata a mi padre para que me hiciera una zambomba o si no, por lo menos un látigo.
- ¡Dios mío que látigo te voy a dar! dijo mi padre después de un rato. ¿No tienes para comer en mi casa[5]? ¿Quieres que te revuelquen los gamberros en la nieve? ¡Ahora mismo te descalzo!
Cuando vi yo que me había pasado de la raya, me escabullí de casa llevando sólo la vejiga de cerdo, antes de que me quitara mi padre las botas y me quedara avergonzado delante de mis compañeros. Y no sé cómo pasó, que ninguno de los compañeros llevaba campana. Mi cencerro estaba en casa, pero ¿quién se atrevía a volver a por él? En fin, nos apañamos como podemos y juntamos una guadaña rota de aquí, una lavija de coyunda[6] de allá, más un pincho de anilla, más mi vejiga de cerdo, y después de las vísperas ya nos disponemos a andar de una casa a otra. Y empezamos por la casa del padre Oslobanu, justo en la punta alta del pueblo, pensando en recorrer todo el pueblo… El cura estaba fuera partiendo leña sobre un tarugo y cuando vio que nos colocábamos bajo la ventana y nos preparábamos a cantar, empezó a mandarnos unas hostias de las buenas diciendo:
- ¿Ni bien se han acostado las gallinas y vosotros ya habéis empezado? ¡Esperad un poco, granujas, que os daré lo merecido!
Entonces nosotros echamos a correr. Mas él ¡zas! un palo detrás de nosotros; porque era hombre huraño y gruñón el padre Oslobanu. Y por el susto nos volvimos corriendo casi medio pueblo, sin tener tiempo de gritarle al cura: “Alfombra de setas, hongos en los techos, y la casa llena de hijos malhechos”, como acostumbran a decir los labradores en las casas donde no los reciben.
- ¡Cura del diablo, forastero y ruin! decimos después de reunirnos todos nosotros en un sitio, helados de frío y asustados. Poco le faltó por magullarnos la espalda, ojalá le dieran el último paseo hasta la iglesia de San Demetrio bajo las murallas, donde dice misa; Pedro Botero mismo lo habrá aguijado a venir aquí y a levantarse la casa, el muy giboso, justo en nuestro pueblo. ¡Que si nuestros curas fueran así, Dios no lo quiera, jamás se zamparía uno nada de la iglesia!
Y antes de que acabásemos nosotros de zaherir al cura, ya había caído la noche cerrada.
- ¿Eh, qué hacemos ahora? Vamos a entrar aquí en esta casa, dijo Zaharia el de Gatlan, que se nos pasa el tiempo en mitad de la calle.
Y entramos donde Vasile el de Anita y nos colocamos bajo la ventana, según la costumbre. Mas parecía que el diablo mismo nos estaba liando: éste no hace sonar la guadaña porque tiene frío; al otro se le hielan las manos sobre la lavija; mi primo, Ion Mogorogea, con el pincho bajo el brazo, se buscaba excusas para no cantar, ¡que se me partía el alma de amargura!
- ¡Canta tú, Chiriac, le digo yo al de Goian; y nosotros vamos a silbar como la zambomba; y los otros que griten: ale, ale!
Y empezamos al momento. Pero, ¡sorpresa! En seguida sale la arpía de mujer de Vasile corriendo detrás de nosotros con el badil humeante, que justo estaba apañando la lumbre para meter los bollos al horno.
- ¡Ojalá os abrasara el fuego! dijo ella, enojada sobremanera; ¿pero qué se llama esto? ¡Vergüenza a quien os enseñó!...
Entonces nosotros, a correr chicos, más que cuando lo del padre Oslobanu… “Vaya faena otra vez, dijimos cuando llegamos al cruce de la carretera, cerca de la iglesia. Otra igual y nos echa la gente del pueblo, como a los gitanos. Vamos mejor a acostarnos.” Y después de prometernos, bajo juramento, a juntarnos otra vez el año que viene, nos separamos, helados de frío y muertos de hambre, y nos fuimos cada uno a casa de sus padres, donde mejor se está. Y así nos fue ese año la salida con el arado.



[1] El simandrón o semanterio (en rumano toaca) es un instrumento musical típico de la Iglesia ortodoxa, que consiste en una tabla de madera golpeada con unos martillos del mismo material; se usa antes de Semana Santa para recordar, con su sonido seco, el martirio de Cristo.
[2] Se trata de los cuarenta mártires de Sebaste; la Iglesia ortodoxa los conmemora el 9 de marzo, preparando en su honor un tipo de bollos con azúcar o miel llamados “mártires”. Es una fina alusión a la muerte.
[3] Otra vez Creanga utiliza la palabra coliva, gachas de granos de trigo que se suelen preparar para los funerales. Empleando esta palabra, el padre refuerza la alusión al castigo y a la muerte.
[4] San Basilio (en rumano Sfântul Vasile) se celebra el día 1 de enero; es costumbre que los niños vayan de casa en casa llevando un arado de juguete (el “aradillo”) y deseando buenas cosechas y prosperidad.
[5] Los niños solían ser recompensados con bollos y fruta.
[6] En rumano cârceie de tânjala, una pieza del arado romano.