viernes, 26 de junio de 2015

Recuerdos de la infancia (tercera parte)

Pero las cosas no siempre salen como uno piensa, sino como Dios manda. Un día, el mismo día de San Foca[1], saca el pregonero a las gentes del pueblo para que arreglaran la carretera. Decían que iba a pasar por allí el rey mismo, de camino a los monasterios. ¿Y qué se le ocurre al tío Vasile? Vamos nosotros también, muchachos, a echar una mano, para que no pueda decir el rey cuando pase por aquí que nuestro pueblo es más dejado que otros pueblos. Y cogemos nosotros y saliendo de la escuela nos vamos todos. Había allí algunos que cavaban con piquetas, otros transportaban la tierra en carretillas, en carros o en artesas, en fin, la gente trabajaba de todo corazón. Y el pregonero Nica el de Petrica, junto con el guarda, el alcalde y otros miserables funcionarios paseaban entre las gentes de allí para acá, cuando de repente vemos un montón de hombres caídos unos encima de otros sobre la grava, y uno de ellos estaba rugiendo con fuerza. “¿Qué  habrá allí?” decía la gente mientras corrían cada uno para un lado.
Al tío Vasile lo habían atrapado en el lazo para llevarlo a la hueste, y ahora lo ataban firme y lo esposaban para mandarlo a Peatra[2]… Por eso había sacado el pregonero a los hombres a trabajar. Así, con trampas, se atrapaban por ese entonces los mozos para mandarlos a la hueste… ¡Maldito espectáculo fue ese! Los demás mozos no tardaron en desaparecer, y nosotros, los niños, volvimos llorando a nuestras casas. ¡Maldito sea ese perro pregonero, y como él partió el corazón de una madre, que San Foca que hoy celebramos le parta el corazón a él y a sus compinches! maldecían las mujeres del pueblo, con lágrimas ardientes, por todas partes. ¡Mas la madre del tío Vasile acompañó a su hijo hasta Peatra llorando desconsolada como si hubiera muerto! “Calla, madre, que este mundo es más de los que se ve alrededor, decía el tío Vasile para consolarla; en el ejército todavía vive uno bien si es hombre honrado. Soldado fue San Jorge, y San Demetrio también, y otros santos mártires que han sufrido por el amor de Cristo, ¡ojalá fuéramos nosotros como ellos!”
¡Ay, ay! al tío Vasile lo perdimos; se fue  adonde lo llevó su suerte. Y ahora el padre Ioan andaba con el viento de cara a buscar otro maestro, mas no pudo encontrar otro tío Vasile, bueno, trabajador y vergonzoso como una doncella. También vivía en el pueblo el maestro Iordache, el farfalloso del coro, ¿pero qué va? Se sabía él también de memoria las voces del canto eclesiástico, sin duda, pero tartamudeaba de viejo que era; y encima tenía el don de mamar… Así que la escuela se quedó desierta durante un tiempo, mas algunos de nosotros que íbamos detrás del cura, algo sacábamos: la iglesia despierta al hombre. Los domingos canturreábamos en el coro y ¡toma! un panecillo par cada uno. Luego cuando llegaban las dos vísperas, unos treinta-cuarenta chicos corríamos delante del párroco y abríamos senderos en la nieve de una casa a otra, y de Navidad relinchábamos como potros, luego para el Bautismo gritábamos kirieleisón que se sacudía el pueblo. Y cuando llegaba el cura nos ordenábamos en dos filas para abrirle camino, luego él se atusaba las barbas y le decía orgulloso al anfitrión:
- Estos, hijo mío, son los potrillos del cura. Grandes días como estos, los están esperando con mucha alegría durante todo el año. ¿Les habrás preparado algo de gachas, albóndigas, alguna empanada de requesón y de repollo?
- Preparados están, padre; pase y bendiga nuestra casa y nuestra mesa, y sentaos un rato para que así se nos sienten los pretendientes.
Cuando escuchábamos nosotros hablándose de mesa, arremetíamos contra ella y luego ¡páreme quien pueda! Como dicen: “Al sabor del bollo canto y de las empanadas más”.
¡Qué se le iba a hacer, si sólo hay vísperas dos veces al año! Incluso en un sitio recuerdo que nos apiñamos tanto que tiramos abajo la mesa, con comida y todo, en medio de la casa y el cura se puso rojo de vergüenza. Pero luego fue también él quien dijo bondadoso:
- ¡De donde no hay no se cae, hijos míos, pero un poco de cuidado no viene mal!
Y para las fiestas patronales los festejos duraban una semana entera, que nos faltaba panza donde meter las gachas[3] y los manjares, de lo mucho que había. Luego se juntaban para las fiestas de Humulesti sacristanes, curas y vicarios de todas partes, y todos se iban contentos. Incluso en las casas de la gente se daba de comer a montón de forasteros. Y mi madre, que Dios la tenga en su gloria, mucho se alegraba cuando daba la casualidad que hubiera huéspedes en nuestra casa y podía compartir su pan con ellos:
- Yo no sé si mis hijos darán o no limosna por mi alma cuando me muera, así que mejor la doy yo con mis manos. Porque, sea como fuere, siempre están más cerca los dientes que los parientes. ¡De estas ya se han visto antes!
Y cuando yo estudiaba para la escuela, mi madre estudiaba conmigo en casa y leía ahora el catecismo, los salmos y la Alejandría mejor que yo, y mucho se alegraba cuando me veía con ganas de aprender.
Cuanto a mi padre, a menudo se burlaba diciéndome: “¡Escribiente panza hueca, cuajada en el tintero y en la bolsa un agujero!”, y por su parte podía seguir como mejor estaba: “Nica el de Stefan de Petrea”, hombre honesto y hacendado de Humulesti. Como dicen:
Mejor en tu pueblo capataz
Que lacayo en la ciudad.
Pero mi madre era capaz de ponerse a hilar para que yo pueda seguir estudiando. Y le comía la cabeza a mi padre para que me mandara a la escuela en algún sitio, porque había oído ella diciendo en los Proverbios de la iglesia que el sabio conocedor será y al desconocedor lo tendrá de siervo.
Y aparte de eso, las viejas que arrojan 41 granos al fondo de la criba, y todos los astrólogos y las videntes que había consultado por mí, más todas las mujeres beatas del pueblo le habían metido a mi madre un montón de boberías en la cabeza, una más extraña que otra: que iba yo a vivir entre gente poderosa, que iba a tener mucha suerte, que tenía una voz de ángel, y muchas otras como estas, hasta que mi madre, en su afecto por mí, había llegado a creer que iba a ser yo un segundo Cucuzel[4], joya de la cristiandad, que sacaba lágrimas de cualquier corazón endurecido, juntaba muchedumbres en los bosques salvajes y alegraba a todo ser vivo con su verso.
- Por Dios, mujer. ¡Por Dios, que se te ha ido la cabeza! decía mi padre cuando la veía tan empeñada conmigo. Si fueran a salir todos letrados, como piensas tú, no quedaría nadie para sacarnos las botas. ¿No te has enterado de aquel que se fue ternero a París y volvió becerro? ¿Y Grigore el de Petre Luca de aquí del pueblo a qué escuelas estudió para saber tantos chistes y parabienes de boda? ¿No ves que si no hay sesera, pues no la hay y se acabó?
- Que fuera así o no, decía mi madre, yo quiero tener un hijo cura, ¿a ti qué más te da?
- Cura sin falta, decía mi padre. ¿La habéis oído? No lo ves que es un canijo, desmañado y holgazán sin par. Por la mañana te dejas la piel hasta despertarlo. Nada más despierto, te pide de comer. Y como es pequeño, caza moscas con el catecismo y se pasa el día bañándose en el río en vez de llevar los borregos al pasto y de ayudarme con las labores de la casa, lo que pueda. En invierno, a patinar y al trineo. Tú, con tu escuela, le has enseñado ser vago. Cuando crezca se le empezarán a ir los ojos detrás de las faldas, y con este apaño no me traerá nunca ningún provecho.



[1] El día de San Foca se celebra, según el calendario ortodoxo, el 22 de septiembre.
[2] Se trata de la ciudad de Piatra-Neamt.
[3] La palabra que usa Creanga es coliva, una comida ritual en la Iglesia ortodoxa, hecha de granos de trigo cocidos y mezclados con miel, nueces, uvas pasas u otras frutas secas.
[4] San Juan Cucuzel, celebrado por la Iglesia ortodoxa el 1 de octubre, fue un famoso predicador búlgaro del siglo XII.

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