jueves, 11 de junio de 2015

El Príncipe de las Lágrimas (cuarta parte)

... había una hermosa doncella hilando.
El Príncipe Encantado siguió comiendo otro rato, mas luego se echó la maza al hombro y caminó a lo largo del surco que había dejado el cuenco hasta llegar cerca de una bonita casa blanca que brillaba bajo la luz de la luna en medio de un jardín florido. Las flores crecían en arriates verdes y relucían azules, escarlatas y blancas, y entre ellas pululaban ligeras mariposas, como brillantes estrellas de oro. Olor, luz y una perenne canción, tenue y dulce, brotaban del baile de las mariposas y de las abejas y envolvían el jardín y la casa. Al lado de la terraza había dos cubas con agua – y en la terraza había una hermosa doncella hilando. Su largo vestido blanco parecía una nube de rayos y sombras, y su pelo de oro le caía en trenzas sobre la espalda, mientras que en su frente nítida reposaba una corona de margaritas. Bajo la luz de la luna parecía bañada en un aire de oro. Sus dedos como de cera blanca hilaban, de una rueca de oro y de un copo de lana como de plata, hilo de seda blanca, fina y brillante que parecía más bien un rayo vivo de luna errando por el aire que hebra hilada.
Al oír los ligeros pasos del Príncipe, la doncella levanto la mirada azul como las ondas del lago.
- Bienvenido, Príncipe, dijo ella con ojos claros y medio cerrados, ¡cuánto tiempo hace desde que te soñé! Mientras mis dedos hilaban seda, mis pensamientos hilaban un sueño, un bello sueño, en el que nos amábamos los dos; mi Príncipe, de un copo de plata hilaba para hacerte ropaje con urdimbre de hechizos y trama de felicidad; para que llevándolo me quieras a mí. De mi copo te haría ropaje y de mis días una vida entera de caricias.
Así, como estaba mirándolo con asombro, el huso se le escapó de la mano y la rueca se cayó a su lado. Ella se levantó y – como avergonzada por lo que le había dicho, sus manos colgaban como las de un niño culpable mientras sus grandes ojos miraban abajo. Él se le acercó, le rodeó la cintura con una mano y con la otra le acarició suavemente la frente y el pelo y le susurró:
- ¡Qué hermosa eres tú y cuánto me enamoras! ¿Quiénes son tus padres, mi bella?

- Mi madre es la vieja del bosque, contestó ella con un suspiro, ¿me seguirás amando ahora que sabes de quién soy? Alzo sus brazos desnudos rodeándole el cuello y lo miró durante largo rato.

No hay comentarios:

Publicar un comentario