sábado, 27 de junio de 2015

Recuerdos de la infancia (cuarta parte)

El Museo Ion Creanga en el pueblo de Humulesti


Y así como tengo el honor de contarles a ustedes, muchas querellas hubo entre mis padres por mi culpa hasta que aquel verano llegó, por el mes de agosto, la honrada cólera del ‘48 a Humulesti y empezó a segar a diestro y siniestro, que sólo se oían ayes de todas partes. Mas yo, fisgón como era, ora salía al portillo cuando pasaban con el muerto por delante de nuestra puerta y le tarareaba el acertijo:


Carbonero, ave negro, ¿qué  llevas en la sartén?
Víveres para mis crías en el valle del Edén.
¡Feliz es el oriol encima del saúco
Rezándole al moral, alabando al cuco real!
Ni pa’ mí, ni pa’ ti,
Pa’ el papón del hoyo,
Dale vaca buena y buey de jornal.

Ora lo acompañaba hasta la iglesia y luego volvía a mi casa con el peto relleno de bollos, de manzanas agrias, nueces doradas, algarrobas e higos del árbol del muerto[1], que mis padres se santiguaban cuando me veían con ellos. Para protegerme me mandaron al redil, en la arboleda de Agapia, cerca del puente de Caragita, donde teníamos las ovejas, para que me quedase allí hasta que menguara la plaga. Pero durante la noche me alcanzó la cólera y me azotó y me achucharró dejándome encogido; se me secaba hasta el alma de la sed que tenía, y los pastores y el mayoral ni se enteraron, mas ante mis gritos sólo se volvían para el otro lado y seguían roncando. Y yo me arrastraba como podía hasta el pozo, detrás del redil, y me bebía cada hora una cuba entera de agua o más. Puedo decir que aquella noche al pozo fue mi morada, y no llegué a cerrar los ojos ni aunque fuera un segundo. Sólo al amanecer accedió  Vasile Bordeianu, nuestro zagal, a bajar hasta Humulesti, a dos horas de camino, para avisar a mi padre que subió en carro y me llevó a casa. Y por el camino yo no dejaba de pedirle agua, mas mi padre me daba largas y me engañaba de un pozo a otro hasta que por fin llegamos a Humulesti. Y vi con asombro que los curanderos del pueblo, el hermano Vasile Tandura y otro, ya no recuerdo quien, estaban en nuestra casa y freían sobre el fuego en un caldero restos de panales con sebo; y después de frotarme bien con vinagre de esmirnio, lo recuerdo como si fuese ayer, extendieron los panales calentitos sobre una tela y me envolvieron entero en ella, como a un crío; y no sé cuánto tiempo habrá pasado antes de que me durmiera como un tronco y no me desperté hasta el día después, a media mañana, más sano que nunca; ¡Dios tenga en su gloria al hermano Tandura y a su compañero! Y luego, como dicen: “Hierba mala nunca muere de la noche a la mañana”. Antes del amanecer había recorrido ya el pueblo entero, y había pasado incluso por el río con mi amigo Chiriac el de Goian, un haragán y un holgazán igual que yo. Pero mi padre no me dijo nada ese día y me dejo en paz durante un buen tiempo.


Durante el invierno mi madre volvió a agobiar a mi padre para que me mandara a estudiar en algún sitio. Pero mi padre decía que no tenía dinero para gastarse en mí.
- Al maestro Vasile el de la Vasilica sólo le pagábamos un centavo al mes, pero el agarrado de Simeon Fosa, el maestro de Tutuieni, pide tres duros al mes sólo por hablar más en refranes que otros y por tragar tabaco todo el día; ¿Qué te parece? ¡No vale este chico ni con toda su ropa los duros que me he gastado con él hasta ahora!
Cuando oyó mi madre una como esta, se puso hecha una furia:
- ¡Pobre hombre! ¿Cómo me vas a entender si tú no sabes ni leer? ¿Cuándo te tiras los duros por la garganta por qué no te quejas tanto? ¿O no es cierto que Petrea el de la Tudosica, el posadero, te desplumó de novecientos lei[2]? Y Vasile Roibu de Bejeni de otros tantos, y alguno más. ¿Para Rusca la de Valica y Mariuca la de Onofreiu tienes cada vez? ¡Que me he enterado, no creas tú que Smaranda[3] duerme, ojalá durmieras el sueño eterno! ¿Y a tu hijo no tienes para darle? ¡Pobre hombre! ¡Al fondo del infierno te irás y no habrá quien te sacara si no te esfuerzas para que tu hijo llegue a cura! De la confesión huyes como belcebú del incienso. Por la iglesia pasas sólo en Semana Santa. ¿Así cuidas de tu alma?
- Cállate ya, mujer, que la iglesia está en el corazón del hombre, y cuando me muera en la iglesia me quedaré para siempre, dijo mi padre; no montes tanto escándalo, como el fariseo engañoso. Mejor cállate la boca y di como el recaudador de impuestos: ¡Oh Dios, ten compasión de mí, pecadora, que le estoy comiendo la cabeza a mi marido para nada!
Imagen actual del pueblo de Pipirig
En fin, regatearon lo que regatearon mis padres, pero al final fue mi madre quien tuvo las de ganar; porque un domingo, dos semanas antes de Navidad, llegó a casa el padre de mi madre, mi abuelo David Creanga de Pipirig, y cuando vio cómo se peleaban mis padres por mi culpa, dijo:
- No os preocupéis más, Stefan y Smaranduca, por tan poca cosa; hoy es domingo, mañana lunes y día de mercado, pero el martes, si llegamos sanos, cojo a mi nieto y me lo llevo a Brosteni, junto con mi Dumitru[4], al profesor Nicolai Nanu de la escuela de don Balos, y vais a ver luego lo que saca del niño; porque yo me he quedado muy contento con lo que han aprendido allí mis otros dos hijos, Vasile y Gheorghe. En los más de veinte años que llevo la alcaldía de Pipirig, muy mal me he apañado con la tarja[5]. De poco me sirve saber leer cualquier libro de la iglesia… es duro sin saber escribir aunque sólo fuera un poco. Pero desde que volvieron mis hijos de la escuela, me llevan las cuentas a raja tabla y yo vivo como Dios; ahora sí que podría llevar la alcaldía de por vida, sin notarlo apenas. ¡Por Dios lo digo, don Alecu Balos hizo un gran favor con esa escuela suya, para quien quiera entenderlo! ¡Y, Dios mío, qué profesor más sabio y entendido se ha encontrado! ¡Dichosos los padres que lo han engendrado, que es hombre de gran alma, nada que reprocharle! Y sobre todo para nosotros, los campesinos montaraces, es una gran ayuda. Cuando yo vine con mi padre y con mis hermanos, Petrea y Vasile y Nica, desde Ardeal[6] a Pipirig, no había en Moldavia escuelas como la de Balos. Quiza sólo en Iasi[7] haya habido alguna, o al monasterio de Neamt, en los tiempos del mitrado  Iacob, el que nos era pariente lejano, por Ciubuc el Campanero del Monasterio Neamt, el abuelo de tu madre, Smaranda, cuyo nombre sigue grabado hasta el día de hoy en la campana de la iglesia de Pipirig. Ciubuc el Campanero había aprendido a leer un poco en Ardeal, como yo; luego salió de allí, igual que nosotros, y se cobijó aquí con sus animales, como el hermano Dediu de Vanatori si otros pastores, más que nada por culpa del papismo, por lo que sé. Y tanto caudal tenía que se llenaron los montes: la Halauca, la Piedra del Conejo, el Barnar, el Cotnarel y las Boampe, hasta el otro lado de Patru Voda, de sus rebaños de ovejas y de reses. Luego dicen que Ciubuc era varón de Dios; cualquier huésped que se alojara en su quintería estaba recibido con los brazos abiertos y atendido lo mejor posible. Se había extendido la fama de su bondad y de sus riquezas por todas partes. Dicen que el rey mismo se habría hospedado una vez en casa de Ciubuc, y preguntándole el rey con quién cuidaba tal cantidad de reses, él le habría contestado: “Con los de poca sesera y mucho vigor, majestad”. El rey entonces no pudo contener su asombro y habló: “Mira, éste sí que es un hombre, os lo digo; si hubiese muchos como él en mi reino, ¡poco tendría que temer el país en tiempos de apuro!” Y le dio el rey palmaditas en el hombro y le dijo: “Hermano, que sepas que a partir de hoy eres mi hombre y en la corte tendrás las puertas abiertas cuando quieras.”
Desde entonces le salió a Ciubuc el apodo de hombre del rey, que hasta hoy día un cerro en la parte de Plotun, donde más a menudo moraba Ciubuc, se sigue llamando el Cerro del Hombre.
A ese cerro hemos escapado, Smaranda, con tu madre, contigo y con tu hermano Ioan cuando la revuelta[8], por miedo a una banda de turcos que venían de luchar contra unos voluntarios en Secu y luego se dirigieron hacia Pipirig a saquearlo; y tu hermana Ioana, con las prisas, se nos olvidó en casa, en el portal, dentro de su cunita. Cuando se acordó tu madre de la cría, empezó a arrancarse el pelo y a gemir diciendo: “¡Maldita mi suerte, que a mi niña la habrán acuchillado los turcos!”
Mas yo me subí en la cima de un abeto y nada más ver a los turcos saliendo hacia Plotun, me tiré a pelo sobre un caballo, corrí hasta casa y llegado allí me encontré a la niña sana y salva, pero con la cunita volcada por unos cerdos que estaban ahora gruñendo alrededor de ella y casi la rompen. Y al cabo de la cunita me encontré unas rupias que se ve que los turcos habían dejado sobre la almohada de la niña. Entonces cogí a la niña y, por tanta alegría, ni me acuerdo cómo llegué donde tu madre, en el Cerro del Hombre. Y después de recobrar el aliento, me dije con amargura, como muchos otros antes que yo: los que no tienen hijos no saben lo que es el sufrimiento. ¡Bien piensan algunos de esa forma que no se casan! Uno de estos fue Ciubuc el pastor, quien no tenía ni mujer ni hijos y en su gran devoción se le antojó dejar toda su fortuna en herencia al Monasterio de Neamt y luego tomó el hábito, junto con casi todos sus boyeros, y se pasó el resto de su vida diciendo misas de difuntos. A día de hoy yace en paz bajo los muros del monasterio. ¡Dios lo perdone y le dé descanso en el reino del cielo! ¡Dentro de nada nos iremos allí nosotros mismos! ¿Verdad que no teníais ni idea de todo esto si no os lo contara yo? dijo el abuelo suspirando.
El Monasterio Neamt
- No está mal, querido Stefan, que sepa tu muchacho a leer un poco, no para ser cura por fuerza, como piensa Smaranda, porque el sacerdocio tiene también muchos estorbos, es difícil de llevar. Y es mejor dejarlo si no lo puedes llevar como Dios manda. Pero el libro también trae consuelo. Yo si no supiese leer, hace tiempo que me habría vuelto loco por todo lo que tuve que pasar. Pero abro Las vidas de los santos y veo tantas cosas y digo: “¡Señor, mucha paciencia diste a tus elegidos!” Lo nuestro es pan comido comparado con lo que dicen los libros. Luego, no está bien que se quede uno burro del todo. De los libros puedes recoger mucha sabiduría, a decir verdad, y no te quedas así como así, una vaca que cualquiera puede ordeñar. Veo que el chico tiene buena memoria y, con lo poco que ha estudiado, ya canta y lee bastante bien.
Sobre estas cosas y otras parecidas habló el abuelo David con mi madre y con mi padre casi toda la noche del domingo a lunes y de lunes a martes; porque solía quedarse en nuestra casa cuando venía de Pipirig al mercado para comprar lo que le hacía falta.
Y el martes de madrugada colocó las sillas y las alforjas en los caballos, los ató bien con las riendas: al segundo de la cola del primero, al tercero de la cola del segundo, al cuarto de la cola del tercero, como los atan los montaraces, y dijo:
- Bueno, Stefan y Smaranduca, quedad con Dios, que yo ya me marcho. ¿Ven, nieto, estás listo?
- Listo, abuelo, vámonos, dije mientras peleaba con unas costillas ahumadas y unos chorizos fritos que me había puesto delante mi madre.
Y despidiéndome de mis padres salí con el abuelo hacia Pipirig.



[1] El árbol del muerto (en rumano pomul mortului) consiste en una rama o un arbolito adornado con bollos y frutas que se lleva delante del cortejo fúnebre hasta el cementerio y se clava encima de la tumba, después de haber repartido los bollos y las frutas entre los niños presentes.
[2] Leu con el plural lei es el nombre de la moneda rumana.
[3] Smaranda se llama la madre del protagonista.
[4] El hermano más joven de Smaranda y tío del protagonista.
[5] Tarja (en rumano raboj) era un antiguo sistema de anotación que consistía en hacer muescas o pequeñas hendiduras en trozos de madera como método mnemotécnico.
[6] Región histórica de Rumanía, al oeste de Moldavia, también conocida como Transilvania.
[7] Iasi es la capital histórica de Moldavia.
[8] Se trata de la Revolución de 1821 en contra de la dominación turca.

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