Bueno, caminan y
caminan Moro-Blanco y los suyos, y al cabo de mucho tiempo, llegan al imperio,
en busca de su suerte, que Dios nos haga fuertes, que la historia se enreda, y
de ella mucho queda. Y nada más llegar, irrumpen los seis en el patio del
palacio, Moro-Blanco delante y los demás atrás, uno más guapo que otro, y
harapientos que les colgaban los trapos, se les soltaban las botas y parecían
la hueste de Belcebú. Sin tardar, Moro-Blanco se presenta delante del emperador
y le cuenta de dónde, cómo, quién y para qué viene. El emperador se asombró
viendo que unos rufianes se atrevían a pedirle la mano de su hija sin tener
vergüenza ninguna, sea para quien sea. Pero, como no quería quitarles las
ganas, no les dice ni que sí, ni que no, sino les responde que se quedaran allí
esa noche, y hasta la madrugada se lo pensaría… Y por otra parte, en seguida
llama el emperador en secreto a un criado devoto y da orden que se los lleven a
la casa de cobre candente, para dormir allí el sueño eterno, como les había
pasado a otros pretendientes mejores.
El criado del
emperador corre entonces y enciende el fuego debajo de la casa de cobre,
echándole 24 cargas de leña, hasta que se pone roja como las llamas. Luego, al
anochecer, viene e invita a los huéspedes a dormir. Friolón, como era
encantado, llama a sus compañeros a un lado y les dice en voz baja:
- Chis, que no
os empuje Pedro Botero a entrar antes que yo allí donde nos lleve el criado de
este bandido rojo, que no llegaréis al día de mañana. Uno sólo es el emperador
Rojo, famoso en estas tierras por su bondad nunca vista y por su misericordia nunca
oída. Me lo conozco yo, sé lo hospitalario que es y lo generoso en repartir
palos. ¡Ojalá no lo tenga que esperar mucho el diablo! y ¡qué viva tres días
contando desde anteayer! Y luego su hija; hecha por el demonio a la imagen del
padre, o peor. Como dicen: “De tal palo, tal astilla”. Pero conmigo encontraron
la horma de sus zapatos. Esta noche los apañaré yo, ¡qué ni el diablo y su
madre lo harían mejor!
- Igual pienso
yo, dijo Hambrón; el emperador Rojo se ha metido con quién no debía y saldrá
mal parado.
- Nos tendrá que
pagar para marcharnos, dijo Ojón.
-¡Escuchad,
vosotros! dijo Friolón: “La mucha conversación es causa de perdición”. Mejor
vámonos a la cama, que nos está esperando el criado del emperador con la mesa
puesta, las antorchas encendidas y los brazos abiertos. ¡Vamos! Aguzad los
dientes y seguidme.
Y en seguida se
van todos, ¡plaf, plaf, plaf! Llegando en el umbral de la puerta, se paran un periquete.
Entonces Friolón sopla tres veces con su morrito mañoso y la casa se queda
templadita, como mejor está para dormir en ella. Luego pasan todos dentro, se
tumba cada uno por donde pilla y ¡a callar! Cuanto al criado del emperador, ése
cierra deprisa la puerta por fuera y les dice con maldad:
- Ya os tengo
bien apañados. Ahora dormid, ¡ojalá durmierais el sueño eterno, que os he
preparado el lecho! Hasta mañana por la mañana os quedaréis hechos cenizas.
Luego los deja
allí y se marcha a lo suyo. Pero a Moro-Blanco y a sus compañeros los tenía sin
cuidado; como entraron en calor, en seguida se relajaron y empezaron a
estirarse y a tomarse el pelo el uno al otro, olvidándose de la hija del
emperador Rojo. Hasta Friolón disfrutaba del calorcito tanto… que le tiritaban
los dientes y las rodillas. Y no dejaba de reñirles a los demás, diciendo:
- Por culpa
vuestra enfrié la casa; que a mí me valía tal y como estaba. Esto me pasa por juntarme
con unos blandengues. ¡La próxima vez os vais a enterar! ¡Vaya plan! Vosotros a
disfrutar y a gozar del calor, mientras yo me hielo. ¡Bu…en trabajo! Cambié mi
bienestar por el de unos don nadie. ¡Qué ahora os sacudo el polvo a todos; ya
que no puedo yo descansar, que no descanse nadie!
-¡Cállate la
boca, Friolón! dijeron los demás. Casi amanece y tú no paras de darle a la
lengua. ¡Vaya bicharraco! Basta ya de comernos el coco. El que quiera juntarse
contigo, malos tiempos le esperan. Que a nosotros nos tienes hartos. No podemos
ni pegar ojo por tu culpa, hablas hasta por los codos. No se escucha más que tu
voz. Y siempre regañándonos por tonterías, que pareces chalado. Compadre, tú
sólo vales para vivir en el bosque, con los lobos y con los osos, no en
palacios imperiales junto con gente bien.
- Vamos a ver,
¿desde cuándo os habéis apoderado vosotros de mí? dijo Friolón. ¿Qué, me estáis
tomando por tonto?, pues tengo yo buen rato para vuestro gato. Yo soy bueno
hasta que me sacan de quicio, luego ni agua.
- ¿De verdad,
Boquita? Vaya valiente estás hecho; cuando te enfadas, echas humo, dijo Hambrón.
¡Cómo te quiero!... Te abrazaría, pero tropiezo con las orejas… Mejor cierra el
pico y duérmete; no por otra cosa, sino porque no estás tú solo en esta casa y
podrías arrepentirte luego.
- ¡Ah, sí!
“Comida acabada, amistad terminada”, dijo Friolón. Esto me merezco y más, por
no haberos dejado entrar aquí antes que yo. ¡Maldito sea el que os vuelva a
ayudar!
- Tienes toda la
razón, Friolón, y no te la dan, dijo Ojón. Pero con tus mentiras se nos pasa la
noche y no llegamos a pegar ojo. ¿Qué dirías tú si alguien te estropeara el
sueño? Da gracias al Señor de haberte juntado con buena gente, que si fueran
otros ya te habrían dado lo merecido.
-¿Queréis
callar? Que ahora mismo saco las patas por las paredes y arranco el tejado con
la cabeza, dijo Pajar-Ancho-Largo. Parecéis endemoniados, que ni el mismísimo
Satanás os puede callar. Tú, Morrito, me parece que eres la causa de todo este
ajetreo.
- ¡Claro que sí!
dijo Ojón. Y tiene suerte con nosotros, hasta que nos salte la cuerda.
- Está pidiendo
ostias y mantecados con jarabe de palo, dijo Resecuzo, que de otra forma no se
puede uno librar de tal peleón.
Viendo Friolón
que se le ponen en contra, se cabrea y echa en las paredes una escarcha de las
buenas, de tres palmos de ancha, que empezaron todos a tiritar.
- ¡Toma! y me
quedo tan ancho como pancho. Ahora podéis decir lo que os dé la gana, que no me
enfado, dijo Friolón riéndose a carcajadas. ¿Qué? ¿No es para reírse?...
Moro-Blanco me da pena, eso sí. Pero vosotros, majaderos y melindrosos, ¡si
tuviera un penique por cada vez que habréis dormido sobre lechos de juncos y jergones
de paja, no me haría falta más riqueza! ¿O pensáis, vástagos de mala calaña,
que seréis de alguna estirpe de hidalgos?
- ¿Otra vez
buscando pelea, Morrito? dijeron los demás. ¡Llévese el diablo a toda tu
alcurnia, hasta que no quedéis ninguno!
- Me inclino
ante vuestras honradas presencias, como ante el bosque verde, con una bota de
vino y otra de veneno, dijo Friolón. Vamos ahora a dormir, y mañana a madrugar,
nuestras fuerzas a juntar, a Moro-Blanco a servir, como amigos a seguir; que las
riñas y rencores son del diablo labores.
En fin, entre
tantas habladurías y otras cuantas, amanece… Entonces, el criado del emperador,
pensando que ya se habrán librado de esos huéspedes, viene a barrer las
cenizas, como de costumbre. Y cuando llega, ¿qué ve? La casa de cobre, ardiente
al anochecer, estaba ahora hecha un bloque de hielo y no se le distinguían ni
puerta, ni jambas, ni rejillas, ni postigos en las ventanas, ni nada de nada; y
desde dentro se escuchaba un alboroto tremendo; todos golpeaban la puerta y
gritaban como locos diciendo:
- No sabemos qué
emperador es éste, que nos deja sin migaja de fuego en el hogar, a helarnos
aquí… Tal escasez de leña no se ha visto ni en la choza más pobre. ¡Ay, qué
pena, que se nos ha helado la lengua en la boca y los huesos hasta el
tuétano!...
El criado del
emperador, escuchando todo esto, por un lado se asustó, y por otro lado, se
llenó de rabia. Intenta abrir la puerta y no puede; intenta arrancarla, y nada.
Luego ¿qué iba a hacer? Corre y avisa al emperador de lo que había pasado.
Entonces viene el emperador con un montón de gente, con picos afilados y
calderas de agua tibia; y unos picaban el hielo, otros tiraban agua a los goznes
y a las cerraduras, y a duras penas lograron abrir las puertas y sacar a los
huéspedes. Y cuando los sacaron, ¿qué me dices? Tenían todos el pelo, las
barbas y los bigotes cubiertos de escarcha, que no se conocía si eran hombres,
demonios u otros engendros. Y tanto temblaban, que les castañeaban los dientes.
Sobre todo Friolón parecía zarandeado por el diablo y de las caras que ponía, y
como se le torcía la boquita, se asustó el emperador.
Entonces
Moro-Blanco, dando un paso adelante, se presenta ante el emperador y le dice
con cortesía:
- Majestad, su
alteza, el sobrino del poderoso Verde-emperador, me estará esperando con
anhelo. Ahora creo que me daréis a la doncella, para que nos marchemos y os
dejemos tranquilos.
- Vale,
caballero, dijo el emperador, mirándolos de reojo; ya llegará la hora… Pero por
ahora, venid a comer algo, para que no podáis decir luego que os habéis
marchado de mi casa como de un yermo.
- ¡Qué santa palabra
acabáis de decir, majestad! dijo entonces Hambrón, que nos suenan las tripas de
hambre.
- Y si nos
podríais dar también algo para mojar la garganta, majestad, dijo Resecuzo, que
la tenemos quemada.
- No os
preocupéis, dijo Ojón, pestañeando sin parar, que su majestad sabe que nos hace
falta.
- Eso lo creo yo
también, dijo Pajar-Ancho-Largo; ya que estamos en casa de un emperador, no
temáis, velará su majestad a que no pasemos ni frío, ni hambre, ni sed.
- Esto ya se
verá, dijo Friolón tiritando que daba miedo. ¿No sabéis que su majestad es el
amparo de los hambrientos y de los sedientos? Mucho me alegro de poder
calentarme un poco bebiendo la sangre del Señor.
- ¡Callaos ya de
una vez! dijo Hambrón. Al buen entendedor, pocas palabras. No mareéis a su
majestad, que sabe él mejor. Para unos pobrecitos como nosotros, es difícil hacer
estas cosas, pero en un palacio, meaja en capilla de fraile; ni se notan.
- Por mi parte,
comer es pérdida de tiempo; la bebida es la base, dijo Resecuzo; y agradecería
a su majestad, ya que por lo visto nos invita a comer, que nos traiga cuanto
más de chupar, que de allí salen el valor y la osadía. Como dicen: “Levantad
las copas, que se levanten los ánimos”. Pero me parece que nosotros aquí
hablando y hablando, y su majestad nos estará esperando.
- Bueno, si nos
trajera ya lo que nos trajese, dijo Hambrón, que se me encoge el vientre de
hambre.
- No os pongáis
tan ansiosos, dijo Ojón, que no tenéis ratas en el vientre. Ahora mismo se os
traerán comida y vino, preparaos la tripa.
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