Y andan ellos un
día, y andan nueve, y andan cuarenta y nueve, hasta que se les adentra el
camino en el bosque y entonces de repente les sale delante un hombre
barbilampiño y con osadía le dice al hijo de rey:
- ¡Bienllegada, valiente!
¿No te hace falta un escudero en tu viaje? Por estos sitios es difícil viajar
solo, te podría salir delante alguna bestia y acortarte las veredas. Yo conozco
bien estos lugares y quizá te haga falta uno como yo más adelante.

Camina él otro
rato por el bosque cuando, llegado a una cañada, otra vez le sale delante el
Barbilampiño, cambiado de ropa, y le dice con voz aguda y desconocida:
- ¡Buen camino,
peregrino!
- Bueno sea tu
corazón, como tu catadura, dijo el hijo del rey.
- Mi corazón,
que Dios se lo dé a cualquiera, dijo el Barbilampiño suspirando… ¿Mas para qué
me sirve? Los hombres buenos no tienen suerte; esto se sabe; no te ofendas, te
lo ruego, peregrino, pero ya que salió el tema, te digo como a un hermano, que
desde mi temprana edad sirvo a los extraños, y no me arrepentiría si fuese
algún holgazán, no dado al trabajo como estoy. Pero así, siempre trabajando y
de nada me sirve; que sólo me han salido amos míseros. Y como dicen: al mísero
sirves, mísero quedas. Si encontrase un amo a mi gusto, haría todo lo posible
por tenerlo contento. ¿No te hace falta un escudero, señor? Por lo que veo,
pareces de buen caudal. ¿Por qué tacañeas y no te coges un escudero honesto,
que te sirva de ayuda en tu camino? Estos sitios son engañosos; nunca se sabe
que te puede ocurrir y, Dios te guarde, a lo mejor no te apañas solo.
- Pues, por ahora,
todavía no, dijo el hijo del rey empuñando la maza; me valdré por mí mismo,
como pueda, y aguijando otra vez al caballo, se marcha deprisa.
Prosiguiendo él
adelante a través de los bosques cerrados, llega a un sitio donde se le corta
el camino y se le enredan los senderos, que no sabía ya por dónde coger ni qué
senda tomar.
- ¡Vaya, por
Dios! ¡mira ahora en qué lío me he metido! Esto es peor que ¡come si traes
manduca!, dijo él. Ni aldea, ni pueblo, ni nada. Cuanto más camines, sólo
yermos encuentras; como si hubieran perecido los hijos del hombre de la faz de
la tierra. Mucho me arrepiento de no haberme llevado conmigo por lo menos al
segundo barbilampiño. De haber salido a su madre, ¿qué culpa tiene él? Mi padre
así me advirtió, pero a gran estrechez, ¿qué puede hacer uno? como dicen: Mejor
poca ayuda que ninguna.
Y errando así de
una senda a otra, por un camino desierto le vuelve a salir delante el
Barbilampiño, vestido de otra forma y montando un caballo hermoso, y, con voz
cambiada, empieza a lamentar la suerte del hijo del rey diciendo:
- ¡Pobre hombre,
mal camino has cogido! Se ve que eres forastero y no conoces estos lugares.
Tuviste mucha suerte que diste conmigo y no llegaste a bajar ese repecho, que
estuvieras perdido. Mira, allí abajo, en aquel cañón, un toro feroz a muchos
malaventurados les ha acortado los días. Yo mismo, el otro día, así fuerte como
me ves, a duras penas me libré de él, de milagro. Date la vuelta, o, si tienes
que seguir a la fuerza, búscate a alguien que te ayude. Yo aun me ofrecería, si
fuese de tu agrado.
- Así debería
obrar, buen hombre, dio el hijo del rey, pero te diré la verdad que saliéndome
de casa, mi padre me aconsejó que me guardase del hombre rojo, mas sobre todo
del barbilampiño, todo lo que pueda; que no me mezclara con ellos de ninguna
forma; y si no fueras barbilampiño, te recibiría con alegría.
- ¡Eh, eh!,
peregrino. Si eso piensas, te romperás los arzones cabalgando sin encontrar un
escudero a tu gusto, que por aquí sólo hay barbilampiños. Y luego, a decir
verdad, te pregunto: ¿por qué te molestaría tal cosa? Tal vez no sepas lo que
dicen: el pelo y la pobreza nadie los echa en falta. Y cuando no hay ojos
negros, ¡buenos son los azules! Lo mismo tú: da gracias a Dios por haberme
encontrado y cógeme. Luego si llegas a acostumbrarte conmigo, ya sé que no
volverás a dejarme, que yo soy así, entiendo servir a mi amo con honradez.
Venga, no te lo pienses más, o me da que se nos viene la noche encima. Si por
lo menos tuvieras un buen caballo, vale que valga, pero con este jamelgo, miedo
me das.
- Pues bueno,
Barbilampiño, no sé cómo hacer, dijo el hijo del rey. Desde mi infancia tengo
por costumbre obedecer a mi padre, y si te cojo a ti, me parece algo raro.
Pero, visto que me encontré hasta ahora otros dos barbilampiños, y tú tercero,
casi se me da por creer que este es el país de los barbilampiños y no tengo más
remedio; cueste lo que cueste, tendré que llevarte conmigo, si cercioras de conocer
estos lugares.
Y, sin mucha
habladuría, cierran el trato y luego se marchan juntos a encontrar una salida,
por donde los guiaba el Barbilampiño. Y cuando ya habían recorrido parte del
camino, el Barbilampiño finge tener sed y le pide a su amo la bota de agua para
beber. El hijo del rey se la da, y el Barbilampiño, nada más tocarla, enseguida
la aparta de la boca, con mueca de disgusto, y vierte toda el agua. El hijo del
rey dice entonces enfadado:
- Pero, bueno,
Barbilampiño, ¿qué te pasa? ¿No ves qué por aquí hay escasez de agua? Y con
este bochorno nos moriremos de sed.
- ¡No me lo
tomes a mal, amo! El agua estaba podrida y podíamos caer enfermos. En cuanto al
agua fresca, ve sin cuidado; dentro de nada llegaremos a un pozo con agua dulce
y fría como el hielo. Allí descansaremos un rato, enjuagaré bien la bota y la
llenaré de agua fresca, para llevarla de camino, que de aquí en adelante no
habrá muchos pozos, y me temo que echaremos en falta el agua.
Y girando por un
sendero, siguen adelante un tiempo, hasta llegar a un claro donde se encuentran
un pozo con brocal de roble y con la tapa abierta de par en par. El pozo era
hondo y no tenía ni garrucha, ni cigüeñal, sino sólo una escalera para bajar
hasta el agua.
- ¡Eh, eh!
Barbilampiño, ahora se verá lo valiente que eres, dijo el hijo del rey.
![]() |
"Nadie puede huir de lo que le ha de venir" |
Entonces el
Barbilampiño sonríe en sí y, bajando por el pozo, llena primero la bota y la
cuelga a la cintura. Después, estando allí abajo en la escalera, cerca de la
faz del agua, dice:
- ¡Vaya qué fresco
se está aquí! “¡Agua fresquita, todo mal te quita!” Me da por quedarme aquí.
Dios guarde en su gloria a aquel que hizo el pozo, que menuda hazaña. Con estos
calores, ¡mucho vale refrescarse uno!
Se queda allí
otro rato, luego sale asuso diciendo:
- Por Dios, amo,
no sabes lo ligero que me encuentro; ¡podría volar, de verdad te lo digo! Métete
un poco tú mismo y verás cómo te refrescas; así de a gusto te quedarás que te
sentirás más ligero que una pluma…
El hijo del rey,
ayuno en estas cosas, le hace caso al Barbilampiño y baja al pozo, sin pensar
en lo que le podría ocurrir. Y mientras estaba él allí tomando el fresco, el
Barbilampiño hace ¡zas! la tapa en la boca del pozo, luego se sube encima y
dice con voz pícara:
- ¡Ja! hijo de
zorro que eres; nadie puede huir de lo que le ha de venir. ¡Bien que te he
agarrado! Ahora dime quién eres, de dónde vienes y adónde vas, que si no, ¡allí
se pudrirán tus huesos!
El hijo del rey,
¿qué iba a hacer? Se lo cuenta con detalle, que todo hombre ama su vida por
encima de cualquier cosa.
- Vale, esto
quería saber de ti, traidor que me fuiste, dice entonces el Barbilampiño: sólo
espero que sea verdad, que si te pillo con artimañas, mal de ti. Ahora mismo
podría matarte, mas me da lástima tu juventud… Si quieres volver a ver la luz
del sol y a pisar la hierba tierna, tendrás que jurar en el filo de tu espada
que me obedecerás y me servirás en todo, aunque te pidiera arrojarte al fuego.
Y, de hoy en adelante, yo seré el sobrino del emperador en tu lugar, y tú
- mi criado; y me tendrás que servir
hasta que mueras y resucites. Y por donde vayas conmigo, a nadie le podrás
contar lo que pasó entre nosotros, que si no, te borro de la faz de la tierra.
Si te gusta vivir así, por mí vale; pero si no, dímelo ya, para saber qué trato
darte…
El hijo del rey,
viéndose entre la espada y la pared y sin ningún poder, le jura entonces
lealtad y obediencia en todo, dejándose en manos de Dios, que se haga su
voluntad. Por lo tanto, el Barbilampiño se apodera de la carta, del dinero y de
las armas del hijo de rey y se los guarda; luego lo saca del pozo, le da el alfanje
para besarlo prestando juramento, y le dice:
- De hoy en
adelante, que sepas que te llamarás Moro-Blanco; este es tu nombre y no otro.
Montan después,
cada uno en su caballo, y parten, el Barbilampiño delante como amo, Moro-Blanco
detrás como criado, caminando hacia el imperio, y se marchan a sus suertes, que
Dios nos haga fuertes, que la historia se enreda, y de ella mucho queda.
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