Un día, a poco
tiempo de todo esto, por el mes de mayo cerca de Pentecostés, no sé qué diablo
empuja al tonto de tío Vasile, que no puedo llamarlo de otra forma, a mandar a
uno, Nica el de Costache, que me repase. Nica, chico mayor y avanzado en los
estudios mas no sobre medida, estaba enfadado conmigo a causa de Smarandita la
hija del cura a la que, sintiéndolo mucho, le había pegado yo un día una buena
colleja porque no me dejaba cazar moscas a mis anchas… Y empieza Nica a
preguntarme; y me pregunta y me vuelve a preguntar, y lo veo que empieza a
apuntar errores a punta pala en una tablilla: uno, dos, tres, hasta a los
veintinueve. “¡Buah!!! esto se me va de las manos, pienso yo; no ha acabado
todavía de preguntarme, ¡así que los que me quedan!” Y se me empezó a nublar la
vista y yo empecé a temblar del cabreo… ¡Eh, te ha tocado! ¿Qué vamos a hacer
ahora, Nica[1]?”
me pregunté yo. Y estaba mirando por el rabillo del ojo a la puerta de la
salvación y me estaba zarandeando mientras esperaba impaciente el regreso de un
haragán de compañero, porque teníamos prohibido salir dos a la vez; y se me
encogía el corazón viendo que no volvía para librarme de montar en el Bayo y de
recibir la bendición de San Nicolás, el hacedor de cardenales. Pero se ve que
San Nicolás el de verdad conocía mi tormento, que al rato veo como viene el condenado
chico de vuelta a clase. Yo entonces, con permiso o sin permiso, me dirijo
hacia la puerta, salgo deprisa y ya no pierdo más tiempo cerca de la escuela,
sino que me dirijo a más correr hacia mi casa. Y cuando echo una mirada atrás,
dos fortachones ya me estaban persiguiendo; luego echo a correr que se me salía
humo de los pies; paso por delante de nuestra casa y no paro, sino que tuerzo a
la izquierda y entro en el patio de un vecino nuestro, y del patio a la
corraliza, y de la corraliza al huerto de maíz que acababan de cavar por
segunda vez, y los chicos pegados a mí; y antes de que me alcanzaran yo, de
miedo, quién sabe cómo conseguí enterrarme bajo las raíces de una planta de
maíz. Luego Nica el de Costache, mi enemigo, con Toader el de Catinca, otro
fortachón, pasaron a mi lado hablando con rabia; se ve que los habrá cegado Dios
y no consiguieron agarrarme. Y al rato, cuando ya no se oía ningún crujido de maíz,
ninguna gallina escarbando, salté escopetado con la cabeza cubierta de tierra y
¡tira a casa de mi madre!, y empecé a
contarle entre lágrimas que yo ya no volvía a la escuela ni aunque me mataran.
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Smarandita, la hija del cura |
Pero el día
después pasó el cura por casa, se explicó con mi padre, me cogieron por las
buenas y me llevaron de vuelta a la escuela. “Que de verdad sería una pena que
te quedaras sin gota de estudios, ya que has pasado del silabeo al catecismo y
dentro de nada pasarás a los salmos que son la clave de toda sabiduría y luego,
nunca se sabe, quizás llegues a cura aquí mismo, en la iglesia de San Nicolás,
que yo para vuestro provecho me esfuerzo. Que sólo tengo una hija y ya se verá
a quién elegiré de yerno.”
¡Caray!, cuando oigo
yo hablándose de cura y más que nada de la hija del cura, dejo tranquilas a las
moscas y cambio de ideas y de planes; empiezo a afanarme por escribir, pero
también por llevar el incensario en la iglesia o salmodiar, como un chico de
verdad. Luego el párroco empieza a tenerme aprecio, y Smarandita, su hija,
empieza a echarme ojeadas de vez en cuando, y el tío Vasile me pone a
preguntarles a otros, así que ahora habían llegado las aguas a mi molino. Nica
el de Costache, el ronco, malhecho y malvado, ya no tenía poder sobre mí.
[1]
El protagonista de los Recuerdos se
llama Nica, igual que su enemigo. Es un nombre muy común en rumano, diminutivo
de Ion o Ioan.
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