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El Museo Ion Creanga en el pueblo de Humulesti |
Y así como tengo
el honor de contarles a ustedes, muchas querellas hubo entre mis padres por mi
culpa hasta que aquel verano llegó, por el mes de agosto, la honrada cólera del
‘48 a Humulesti y empezó a segar a diestro y siniestro, que sólo se oían ayes
de todas partes. Mas yo, fisgón como era, ora salía al portillo cuando pasaban
con el muerto por delante de nuestra puerta y le tarareaba el acertijo:
Carbonero, ave negro, ¿qué llevas en la sartén?
Víveres para mis crías en el valle del Edén.
¡Feliz es el oriol encima del saúco
Rezándole al moral, alabando al cuco real!
Ni pa’ mí, ni pa’ ti,
Pa’ el papón del hoyo,
Dale vaca buena y buey de jornal.
Ora lo
acompañaba hasta la iglesia y luego volvía a mi casa con el peto relleno de bollos,
de manzanas agrias, nueces doradas, algarrobas e higos del árbol del muerto[1], que
mis padres se santiguaban cuando me veían con ellos. Para protegerme me
mandaron al redil, en la arboleda de Agapia, cerca del puente de Caragita,
donde teníamos las ovejas, para que me quedase allí hasta que menguara la
plaga. Pero durante la noche me alcanzó la cólera y me azotó y me achucharró
dejándome encogido; se me secaba hasta el alma de la sed que tenía, y los
pastores y el mayoral ni se enteraron, mas ante mis gritos sólo se volvían para
el otro lado y seguían roncando. Y yo me arrastraba como podía hasta el pozo,
detrás del redil, y me bebía cada hora una cuba entera de agua o más. Puedo
decir que aquella noche al pozo fue mi morada, y no llegué a cerrar los ojos ni
aunque fuera un segundo. Sólo al amanecer accedió Vasile Bordeianu, nuestro zagal, a bajar
hasta Humulesti, a dos horas de camino, para avisar a mi padre que subió en
carro y me llevó a casa. Y por el camino yo no dejaba de pedirle agua, mas mi
padre me daba largas y me engañaba de un pozo a otro hasta que por fin llegamos
a Humulesti. Y vi con asombro que los curanderos del pueblo, el hermano Vasile
Tandura y otro, ya no recuerdo quien, estaban en nuestra casa y freían sobre el
fuego en un caldero restos de panales con sebo; y después de frotarme bien con
vinagre de esmirnio, lo recuerdo como si fuese ayer, extendieron los panales
calentitos sobre una tela y me envolvieron entero en ella, como a un crío; y no
sé cuánto tiempo habrá pasado antes de que me durmiera como un tronco y no me
desperté hasta el día después, a media mañana, más sano que nunca; ¡Dios tenga
en su gloria al hermano Tandura y a su compañero! Y luego, como dicen: “Hierba
mala nunca muere de la noche a la mañana”. Antes del amanecer había recorrido
ya el pueblo entero, y había pasado incluso por el río con mi amigo Chiriac el
de Goian, un haragán y un holgazán igual que yo. Pero mi padre no me dijo nada
ese día y me dejo en paz durante un buen tiempo.
Durante el
invierno mi madre volvió a agobiar a mi padre para que me mandara a estudiar en
algún sitio. Pero mi padre decía que no tenía dinero para gastarse en mí.
- Al maestro
Vasile el de la Vasilica sólo le pagábamos un centavo al mes, pero el agarrado
de Simeon Fosa, el maestro de Tutuieni, pide tres duros al mes sólo por hablar
más en refranes que otros y por tragar tabaco todo el día; ¿Qué te parece? ¡No
vale este chico ni con toda su ropa los duros que me he gastado con él hasta
ahora!
Cuando oyó mi
madre una como esta, se puso hecha una furia:
- ¡Pobre hombre!
¿Cómo me vas a entender si tú no sabes ni leer? ¿Cuándo te tiras los duros por
la garganta por qué no te quejas tanto? ¿O no es cierto que Petrea el de la
Tudosica, el posadero, te desplumó de novecientos lei[2]? Y
Vasile Roibu de Bejeni de otros tantos, y alguno más. ¿Para Rusca la de Valica
y Mariuca la de Onofreiu tienes cada vez? ¡Que me he enterado, no creas tú que
Smaranda[3]
duerme, ojalá durmieras el sueño eterno! ¿Y a tu hijo no tienes para darle?
¡Pobre hombre! ¡Al fondo del infierno te irás y no habrá quien te sacara si no
te esfuerzas para que tu hijo llegue a cura! De la confesión huyes como belcebú
del incienso. Por la iglesia pasas sólo en Semana Santa. ¿Así cuidas de tu
alma?
- Cállate ya,
mujer, que la iglesia está en el corazón del hombre, y cuando me muera en la
iglesia me quedaré para siempre, dijo mi padre; no montes tanto escándalo, como
el fariseo engañoso. Mejor cállate la boca y di como el recaudador de impuestos:
¡Oh Dios, ten compasión de mí, pecadora, que le estoy comiendo la cabeza a mi
marido para nada!
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Imagen actual del pueblo de Pipirig |
En fin,
regatearon lo que regatearon mis padres, pero al final fue mi madre quien tuvo
las de ganar; porque un domingo, dos semanas antes de Navidad, llegó a casa el
padre de mi madre, mi abuelo David Creanga de Pipirig, y cuando vio cómo se
peleaban mis padres por mi culpa, dijo:
- No os
preocupéis más, Stefan y Smaranduca, por tan poca cosa; hoy es domingo, mañana
lunes y día de mercado, pero el martes, si llegamos sanos, cojo a mi nieto y me
lo llevo a Brosteni, junto con mi Dumitru[4], al
profesor Nicolai Nanu de la escuela de don Balos, y vais a ver luego lo que
saca del niño; porque yo me he quedado muy contento con lo que han aprendido
allí mis otros dos hijos, Vasile y Gheorghe. En los más de veinte años que
llevo la alcaldía de Pipirig, muy mal me he apañado con la tarja[5]. De
poco me sirve saber leer cualquier libro de la iglesia… es duro sin saber
escribir aunque sólo fuera un poco. Pero desde que volvieron mis hijos de la
escuela, me llevan las cuentas a raja tabla y yo vivo como Dios; ahora sí que
podría llevar la alcaldía de por vida, sin notarlo apenas. ¡Por Dios lo digo,
don Alecu Balos hizo un gran favor con esa escuela suya, para quien quiera
entenderlo! ¡Y, Dios mío, qué profesor más sabio y entendido se ha encontrado!
¡Dichosos los padres que lo han engendrado, que es hombre de gran alma, nada que
reprocharle! Y sobre todo para nosotros, los campesinos montaraces, es una gran
ayuda. Cuando yo vine con mi padre y con mis hermanos, Petrea y Vasile y Nica,
desde Ardeal[6]
a Pipirig, no había en Moldavia escuelas como la de Balos. Quiza sólo en Iasi[7] haya
habido alguna, o al monasterio de Neamt, en los tiempos del mitrado Iacob, el que nos era pariente lejano, por
Ciubuc el Campanero del Monasterio Neamt, el abuelo de tu madre, Smaranda, cuyo
nombre sigue grabado hasta el día de hoy en la campana de la iglesia de
Pipirig. Ciubuc el Campanero había aprendido a leer un poco en Ardeal, como yo;
luego salió de allí, igual que nosotros, y se cobijó aquí con sus animales,
como el hermano Dediu de Vanatori si otros pastores, más que nada por culpa del
papismo, por lo que sé. Y tanto caudal tenía que se llenaron los montes: la
Halauca, la Piedra del Conejo, el Barnar, el Cotnarel y las Boampe, hasta el
otro lado de Patru Voda, de sus rebaños de ovejas y de reses. Luego dicen que
Ciubuc era varón de Dios; cualquier huésped que se alojara en su quintería
estaba recibido con los brazos abiertos y atendido lo mejor posible. Se había
extendido la fama de su bondad y de sus riquezas por todas partes. Dicen que el
rey mismo se habría hospedado una vez en casa de Ciubuc, y preguntándole el rey
con quién cuidaba tal cantidad de reses, él le habría contestado: “Con los de
poca sesera y mucho vigor, majestad”. El rey entonces no pudo contener su asombro
y habló: “Mira, éste sí que es un hombre, os lo digo; si hubiese muchos como él
en mi reino, ¡poco tendría que temer el país en tiempos de apuro!” Y le dio el
rey palmaditas en el hombro y le dijo: “Hermano, que sepas que a partir de hoy
eres mi hombre y en la corte tendrás las puertas abiertas cuando quieras.”
Desde entonces
le salió a Ciubuc el apodo de hombre del rey, que hasta hoy día un cerro en la
parte de Plotun, donde más a menudo moraba Ciubuc, se sigue llamando el Cerro del Hombre.
A ese cerro
hemos escapado, Smaranda, con tu madre, contigo y con tu hermano Ioan cuando la
revuelta[8], por
miedo a una banda de turcos que venían de luchar contra unos voluntarios en
Secu y luego se dirigieron hacia Pipirig a saquearlo; y tu hermana Ioana, con
las prisas, se nos olvidó en casa, en el portal, dentro de su cunita. Cuando se
acordó tu madre de la cría, empezó a arrancarse el pelo y a gemir diciendo: “¡Maldita
mi suerte, que a mi niña la habrán acuchillado los turcos!”
Mas yo me subí
en la cima de un abeto y nada más ver a los turcos saliendo hacia Plotun, me tiré
a pelo sobre un caballo, corrí hasta casa y llegado allí me encontré a la niña sana
y salva, pero con la cunita volcada por unos cerdos que estaban ahora gruñendo
alrededor de ella y casi la rompen. Y al cabo de la cunita me encontré unas
rupias que se ve que los turcos habían dejado sobre la almohada de la niña.
Entonces cogí a la niña y, por tanta alegría, ni me acuerdo cómo llegué donde
tu madre, en el Cerro del Hombre. Y después de recobrar el aliento, me dije con
amargura, como muchos otros antes que yo: los que no tienen hijos no saben lo
que es el sufrimiento. ¡Bien piensan algunos de esa forma que no se casan! Uno
de estos fue Ciubuc el pastor, quien no tenía ni mujer ni hijos y en su gran
devoción se le antojó dejar toda su fortuna en herencia al Monasterio de Neamt
y luego tomó el hábito, junto con casi todos sus boyeros, y se pasó el resto de
su vida diciendo misas de difuntos. A día de hoy yace en paz bajo los muros del
monasterio. ¡Dios lo perdone y le dé descanso en el reino del cielo! ¡Dentro de
nada nos iremos allí nosotros mismos! ¿Verdad que no teníais ni idea de todo
esto si no os lo contara yo? dijo el abuelo suspirando.
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El Monasterio Neamt |
- No está mal,
querido Stefan, que sepa tu muchacho a leer un poco, no para ser cura por
fuerza, como piensa Smaranda, porque el sacerdocio tiene también muchos
estorbos, es difícil de llevar. Y es mejor dejarlo si no lo puedes llevar como
Dios manda. Pero el libro también trae consuelo. Yo si no supiese leer, hace
tiempo que me habría vuelto loco por todo lo que tuve que pasar. Pero abro Las vidas de los santos y veo tantas
cosas y digo: “¡Señor, mucha paciencia diste a tus elegidos!” Lo nuestro es pan
comido comparado con lo que dicen los libros. Luego, no está bien que se quede
uno burro del todo. De los libros puedes recoger mucha sabiduría, a decir
verdad, y no te quedas así como así, una vaca que cualquiera puede ordeñar. Veo
que el chico tiene buena memoria y, con lo poco que ha estudiado, ya canta y
lee bastante bien.
Sobre estas
cosas y otras parecidas habló el abuelo David con mi madre y con mi padre casi
toda la noche del domingo a lunes y de lunes a martes; porque solía quedarse en
nuestra casa cuando venía de Pipirig al mercado para comprar lo que le hacía
falta.
Y el martes de
madrugada colocó las sillas y las alforjas en los caballos, los ató bien con
las riendas: al segundo de la cola del primero, al tercero de la cola del
segundo, al cuarto de la cola del tercero, como los atan los montaraces, y
dijo:
- Bueno, Stefan
y Smaranduca, quedad con Dios, que yo ya me marcho. ¿Ven, nieto, estás listo?
- Listo, abuelo,
vámonos, dije mientras peleaba con unas costillas ahumadas y unos chorizos
fritos que me había puesto delante mi madre.
Y despidiéndome
de mis padres salí con el abuelo hacia Pipirig.
[1]
El árbol del muerto (en rumano pomul
mortului) consiste en una rama o un arbolito adornado con bollos y frutas
que se lleva delante del cortejo fúnebre hasta el cementerio y se clava encima
de la tumba, después de haber repartido los bollos y las frutas entre los niños
presentes.
[2]
Leu con el plural lei es el nombre de la moneda rumana.
[3]
Smaranda se llama la madre del
protagonista.
[4]
El hermano más joven de Smaranda y tío del protagonista.
[5]
Tarja (en rumano raboj) era un antiguo sistema de anotación que consistía en hacer
muescas o pequeñas hendiduras en trozos de madera como método mnemotécnico.
[6]
Región histórica de Rumanía, al oeste de Moldavia, también conocida como
Transilvania.
[7]
Iasi es la capital histórica de
Moldavia.
[8]
Se trata de la Revolución de 1821 en contra de la dominación turca.
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