En un mes crecía lo que otros en un año.
Cuando fue ya mayorcito, mandó que le hicieran una
maza de hierro, la lanzó hasta hendir la bóveda del cielo, la volvió a coger
con el meñique y la maza se partió en dos. Entonces mandó que le hicieran otra
más pesada – la lanzó hasta casi tocar el palacio de nubes de la luna; cayendo
de las nube, no se rompió contra el dedo del valiente.
Entonces el Príncipe se despidió de sus padres para
irse a combatir él solo contra las huestes del emperador enemigo de su padre.
Cubrió su real cuerpo con ropa de pastor, camisa de raso, tejida por su madre
entre lágrimas, rico sombrero adornado con flores, lazos y cuentas desprendidas
del cuello de hijas de emperadores, metió en el ceñidor una flauta de suspirar
y otra de bailar y, cuando el sol se había alzado a hora tercia, partió por el
mundo adelante armado con su valentía.
Por el camino cantaba sus penas y alegrías, y
lanzaba su maza para abrir las nubes, que luego volvía a caer a un día de
distancia. Los valles y las montañas se asombraban al oír su canto, las aguas
asomaban sus ondas para poder escucharlo, los lechos de los hontanares se
removían para que todo remolino lo pudiera oír, para que cada uno pudiera
cantar igual cuando les iba a susurrar a
las praderas y a las flores.
Los ríos que runruneaban bajo la cinta de las
melancólicas sierras aprendían del pastor príncipe el canto de los amores, y
las águilas que esperan mudas en las cumbres secas y plomizas de los altos
montes aprendían de él los llantos del pesar.
Todos se quedaban asombrados cuando pasaba por allí
el pastorcito-príncipe cantando sus penas y sus alegrías; los negros ojos de
las muchachas se llenaban de lágrimas de anhelo; y en el pecho de los jóvenes
pastores, apoyados con un brazo en la roca y con una mano en el cayado, otro
anhelo surgía, más profundo, más sombrío y más fuerte – ¡el anhelo de la
aventura!
Todo quedaba en su sitio, mas el Príncipe seguía
andando, persiguiendo con su canto el deseo del corazón y con sus ojos la maza
que brillaba tras las nubes y los aires como águila de acero, como estrella encantada.
El tercer día al anochecer, la maza golpeó al caer
una puerta de bronce con un sonido fuerte y luengo. La puerta quedó destrizada
y el joven entró.
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