Llevo unos días leyendo Las raíces históricas del cuento de
Vladimir Propp – un libro fantástico que os recomiendo encarecidamente si no lo
habéis leído; es mejor, en mi opinión, que su famosa Morfología del cuento.
Bueno, pues llego al capítulo sobre el
caballo mágico que conduce al héroe al “otro reino”, al mundo de los muertos,
en la visión de Propp sobre la que tengo mis reservas, y dice el libro que se
produce la fusión entre el fuego como vehículo hacia el otro mundo (la ascensión
del alma con el humo) y el caballo, animal totémico (antepasado mítico de la
tribu) y psicopompo (que conduce el alma al otro mundo). Y luego habla del dios
indio Agni, el caballo de fuego, etcétera, etcétera…
Propp no dice nada de la literatura
rumana, vecina suya, aunque da detalles sobre mitos, ritos y cuentos de
Oceanía. Habla algo sobre el color amarillo o rojo del caballo en los cuentos
rusos – color de las llamas – y nada más.
Como se puede ver en La historia de Moro-Blanco, hay en los
cuentos rumanos unos caballos que no sólo vuelan, sino que se alimentan de ascuas. El cuento mencionado no es el único en el
que aparece un tal caballo. Y entonces, me pregunto ¿es el cuento rumano el
exponente de una tradición anterior, quizá de la misma edad que la védica?
No lo sé, pero mientras estaba pensando
en esto, me surgió otra idea: ¿Qué pasa con los villancicos? No, no estoy
hablando de los villancicos “cristianos” con el niño en el portal y los tres
reyes magos. Existe en la cultura rumana otro tipo de villancicos, más
antiguos, confusos, casi ininteligibles para el hombre moderno, a menudo
llamados “canciones de viejos” o “canciones viejas”, de un paganismo evidente
disfrazado de cristianismo. Hace años que me obsesiona una de estas canciones,
oída por casualidad en un CD de Stefan Hrusca (para quien quiera escucharla, os
dejo el enlace aqui ).
La transcripción de la letra sería:
Bun gând ce-ai gânditu
Tăţi au şi venitu.
Numa’ Sân Nicoară
Pe mare venitu-i
C-un căluţ dalbuţu,
Dalbu de-asudatu-i,
Negru de-nspumatu-i,
Roşu de-nfocatu-i.
Şi eu mă-ntâlniu
Cu trei dabruzăi.
Şi ei mă rugară
Să nu-i las să piară.
Crucea o-ntorsăiu
Şi-afară-i scosăiu
Pe-o punte de nuc,
Ţie să-i aduc,
Sa şadă la tine,
Să le fie bine.
Să fii sănătoasă, gazdă, oi găzduţa noastă,
Şi plăteşti colinda noastră, oi gazduţa noastă.
Lo que en una traducción castellana (aproximada,
teniendo en cuenta el idioma con matices arcaicos y regionales en la que se
canta) sería:
Buen
pensamiento que has pensado
Todos
ya han llegado.
Sólo
San Nicolás
Llegó
por mar
Con
un caballito blanquito,
Es[1]
blanco de sudado,
Es
negro de espumado,
Es
rojo de fogoso.
Y
yo me encontré
Con
tres dioses blancos[2].
Y
ellos me suplicaron
Que
no los deje perecer.
La
cruz la volví
Y
fuera los saqué
Por
un puente de nogal,
A
traértelos a ti,
Que
se queden contigo,
Que
les vaya bien.
Queda
sana, nuestra anfitriona, ay nuestra pequeña anfitriona,
Y
paga nuestro villancico, ay nuestra pequeña anfitriona.
Quitando los
últimos dos versos claramente circunstanciales, el resto parece no tener ningún
sentido y, sobre todo, muy poca relación con la religión cristiana. Es verdad
que se menciona la cruz, pero incluso ella es una falsa alusión al Dios
cristiano. La cruz es un símbolo muy anterior al cristianismo, aparece miles de
años antes, incluso sobre el territorio de la actual Rumanía, en la cerámica de
la cultura Cucuteni, por ejemplo, con una antigüedad de más de 6000 años.
Vasija perteneciente a la cultura Cucuteni |
Fragmentos de cerámica de Cucuteni |
Por no hablar
ya de la cruz gamada, conocida como esvástica.
Así que la
cruz es, quizás, el elemento menos cristiano de todo el „villancico”.
¿Podría ser,
entonces, la mención de San Nicolás el elemento cristiano del villancico? Sí,
podría ser, pero no lo es. Lo primero que salta a la vista es su nombre en
rumano, Sân Nicoară y no Sfântul
Nicolae. Aunque parezca lo mismo, hay una gran diferencia: mientras el
último es San Nicolás del cristianismo, precursor de Papa Noel o de Santa
Claus, el primero es un personaje mucho más antiguo que se ha vuelto muy oscuro
con el paso del tiempo. En los cuentos rumanos Sân Nicoară es
el guardián del Sol o el que mantiene el Sol en su lugar y no lo deja desviarse
de su recorrido diario; también aparece como guardián del puente (al otro
mundo) o barquero de almas.
Pero empecemos
por el principio: ¿quién eres „tú” el que „has pensado”? Se podría decir que es
el anfitrión mismo o, mejor dicho, la „anfitriona” – quedémonos de momento con
esta explicación que deja más interrogantes que respuestas, ya que seguimos sin
saber quién es la anfitriona.
Y sigue: Todos ya han llegado. ¿Quiénes? Los
seres que se pueden llamar o invocar con el pensamiento, en los que estaba
pensando el misterioso „tú”. Estos seres no son, seguramente, de este mundo,
sino del otro, idea reforzada por la inmediata mención de Sân Nicoară cuya naturaleza ya la hemos discutido. Se trata
de un conjuro, de un llamamiento lanzado a los habitantes del otro mundo –
antepasados, espíritus guardianes – para cumplir con su papel en el rito de
cambio de estación.
El
protagonista del rito llega, finalmente, „del mar”, otra alusión a su condición
de Caronte, pero en este caso su medio de transporte es el caballo que reúne,
en un solo animal, los tres atributos del caballo-guía o del
caballo-acompañante al mundo de más allá: es blanco, negro y rojo – es decir:
puro o espectral, muerto y de fuego.
Como
conclusión a esta primera parte podemos afirmar que estamos ante un rito de
paso, en el que una mujer chamán (la anfitriona) invoca a seres del otro mundo;
estos llegan al instante, llevados por el pensamiento de los vivos, a excepción
de „San Nicolás” que llega por mar acompañado de su caballo.
Sobre la última parte, y la más interesante, ya hablaremos la próxima vez.
[1] O
también está, ya que el rumano no
diferencia entre ser y estar.
[2] La
palabra rumana, dabruzăi,
no aparece en ningún diccionario; se puede deducir su significado aproximado de
“dioses blancos” separando sus dos partes (dabru
zăi), muy parecidas a dalbi
zăi, es decir “blancos dioses”. Es posible también que sean dobri zăi, es decir
“dioses buenos” aplicando una etimología de filiación eslava.